"La mejor actitud para el tipo que es asaltado es hacer lo que le dicen: levantar las manos, tirarse al piso, no mirar y entonces no hay por qué lastimarlo. Ahora, que no se ponga en héroe"
por María Maratea
Tiene gestos delicados. Mirada inocente. Su
forma de vestir y de mostrarse lo hacen pasar como uno más dentro de la
cotidianidad. Y se podría llegar a creer que este argentino de treinta y cinco
años, con casi metro setenta, pelo castaño y ojos claros, es colectivero, vendedor,
remisero. Sin embargo, el hombre, es
ladrón. Un ladrón al que le da vergüenza mirar las fotos de
su infancia y verse con esa ropa grande o corta que alguien le regalaba en vez
de tirar cuando con su familia comían una vez al día y estaban enganchados de
todos los servicios. A los
veintiún años, en una ciudad del interior del país todavía vivía en un
conventillo cuando empezó a robar. Alguien lo invitó la primera vez: eran
cuatro, reventaron la puerta de la
tienda y se llevaron todo. Esa noche hizo de campana. Al
poco tiempo ayudó a cargar. Después, se
largó solo.
Hoy, abre
cajas fuertes.
¿Qué es lo más excitante de salir a robar: el
peligro o el botín?
Yo no sé si es el peligro o el botín, pero a mí esa adrenalina me encanta. Me hace sentir bien.
Creo que lo más emocionante de esto es hacer plata fácil.
¿Cómo empezaste?
A los veintiuno, en Rosario, de donde
soy. Con mi familia no teníamos ni para comer. Unos amigos me invitaron. Fue
tan fácil. Después, empecé solo como escruchante de día usando herramientas
blancas, elementos para abrir. Cargaba la mercadería y me iba sin lastimar a
nadie. Pero como era muy riesgoso cambié para la noche. Ahora hago sólo
trabajos entregados de escruche de caño. Hoy abro cajas fuertes. Cosas que no sirvan no hago. Mucho riesgo para
poca plata, no. Tiene que ser redituable. Yo ya sé que robar es malo. Pero también me limpio
mucho.
¿Qué es bueno y qué es malo?
Y, llevarse algo que no es de
uno está mal. Lo bueno es que
con esto ayudo a gente que no tiene trabajo. Y que nunca le robé a un pobre o
a un jubilado Yo, por lo general, le robo al que tiene seguro. Un negocio, una
empresa, siempre están asegurados, por
ahí no en un ciento por ciento, pero en gran parte sí.
¿Es importante el factor suerte?
Es importante, pero no se puede confiar sólo en eso. Para
encarar el trabajo tengo que estar muy seguro y hacer las cosas en el momento
justo. Yo confío mucho en mí, en mi instinto, y a
medida que voy puliendo el trabajo me doy cuenta si viene medio mal parido o
no. Igual, eso se va charlando con los compañeros. Acá lo fundamental es que el
trabajo sea bien entregado, que los datos sean tal cuál. Después, cada uno
tiene su manera de confiar en alguien. Yo confío en un santo: soy devoto del Gauchito Gil, creo
en él; y bueno, después de cada trabajo le llevo ofrendas, alguna cosa de oro o
me voy hasta donde prometo. Era un gaucho que robaba para los pobres. Antonio
Gil se llamaba, lo mató el mismo policía que después le hizo el santuario.
Dicen que mientras lo degollaba o lo apuñalaba, no se sabe bien, el Gauchito le
dijo: con mi sangre vas a curar a tu hijo enfermo. Y era verdad, el hijo del
policía se estaba muriendo y cuando llegó a la casa el pibe se había curado. El
rati le hizo el santuario.
¿Cómo surgen
los trabajos?
Los elegimos
nosotros o son entregados.
¿Cómo lo
eligen?
Vamos por el
centro a caminar y a ojo elegimos un edificio por la pinta. Que sea lindo,
bueno, que sea caro alquilar ahí. Y tomamos la dirección. Tengo gente que entra
en internet y me da los datos de todas las empresas y oficinas que hay en cada
piso.
Los
entregados son a través de conexiones, amigos que me dicen en tal lado hay tal
cosa. Y bueno, de cualquier manera hay que estudiar el lugar. Vamos con mis compañeros y miramos todo. Nos
turnamos para estudiar los horarios, los movimientos: a qué hora salen, a qué
hora entran, cuántos hay, cuántos no hay, a qué hora se va el último, a que
hora vienen, si están armados, si no están armados, a qué hora viene la que
limpia, a que hora se va, cuando llega un mulo, cuando se va el otro. Se
estudia el panorama durante días. Hay gente que lo hace muy arrebatadamente
pero yo no. Yo estuve muy mal de guita y nunca me apuré.
Entonces, para ser un buen ladrón
hay que hacer un culto de la paciencia.
Sí, hay que tener mucha paciencia. Si alguien me dice vamos
a jugar al pool y está la mesa ocupada me doy media vuelta y me voy a la
mierda. Ahora, si me dicen vamos a mirar tal trabajo que hay que hacer, yo me puedo pasar noches enteras como un
pelotudo mirando así, quietito, para que nadie me vea dentro del auto. Este es un trabajo que se hace así, muy
detalladamente. Hacer algo lleva días, meses.
¿Cuáles son
los pasos, desde la elección del lugar hasta llegar al asalto?
Una vez
marcado el edificio empezamos a estudiarlo: las guardias, los cambios de
seguridad, si hay filmaciones de afuera, con qué tiempo contamos. Si hay cámara
hay que buscar la manera de entrarle por al lado, por atrás, por un baldío, por
una ventana, por una terraza. Por donde
sea. Si es por el edificio de al lado, le copiamos la llave al portero. Tengo
un tipo que se sienta al lado tuyo, te ve la llave, la miró y te la hizo. Vos
ni te das cuenta. Después, te da tres llaves, de esas tres, una, pega seguro.
Impresionante el laburo que hace. Y bueno, ahí
empiezan noches de inteligencia. Noches y noches turnandonós en distintos
autos, cada día algo diferente: con una pareja, un día una persona, al otro día
otra en otro auto. Hay que mirar mucho la supervisión en estos trabajos así. A
la noche, la misma empresa de seguridad la manda una o dos veces. Por ahí, caen
a las dos de la mañana para ver si está todo bien y se van. Hay que estudiar
muy bien los horarios. Por ahí, vuelven a las
dos horas, por ahí no. Lo ideal es que no tenga supervisión para trabajar
tranquilos toda la noche. En tres o cuatro días uno
se da cuenta si no se supervisa. A veces hay que estar más de un mes
estudiando la cosa.
Una vez, ya seguros de los
movimientos, elegimos el día y la hora.
¿Cómo se
movilizan?
Lo mejor
es un auto caliente, recién robado, al que le ponemos la patente de un auto
estacionado que hasta el otro día no se va a mover. Así no hay bronca, no hay
quilombo y se va más que tranquilo. También se usan autos mellizos. Traemos
datos de Santiago del Estero, de Tucumán o de donde sea y hacemos un mellizo
para trabajar y nada más que para trabajar.
¿Van a cara descubierta?
Sí. Si hay cámara, una gorrita con visera y media cabecita
baja, después nos llevamos los videos así no queda registrada la filmación. Nunca nos ponemos nada en la cara, tampoco se puede andar
por un edificio todo vidriado con una
máscara negra. O te ve un vecino bajando con una media en la cabeza y dice
¿esto qué es? También se da la posibilidad de que dos ya estemos adentro
del edificio: entramos de tarde, nos escondemos en cualquier lado, esperamos
que cierren y ahí bajamos a apretar a los mulos. Después, hacemos entrar a la
gente de afuera con el equipo. El equipo de corte. En un bolso. Autógena, dos
tubos chicos ultralivianos, pico, manguera, manómetro. Es caro, el mío cuesta
como tres lucas.
Una vez
adentro, ¿cómo es el enfrentamiento con la seguridad?
Antes de
apretar a los mulos, nos aseguramos bien que no tengan ni pito ni alarmas. Casi siempre tienen un pulsor para dar señal a la policía o
a la empresa custodia, pero nunca lo tienen en la mano, o lo dejan por arriba
de la mesa, o en el bolsillo, o arriba del mostrador. A veces, están roncando.
Les decimos: che, despertate. Y se pegan un cagazo! Una vuelta entramos y había
uno que estaba mirando una porno. El tipo estaba dale que dale. Le dimos una de
castañazos. Claro, ellos están tranquilos, juran que están solos, y lógico, no
están esperando que entre alguien. Una vez que los apretamos, les atamos las
manos atrás, le ponemos una vendita en los ojos o un papel con una cinta para
que no nos miren mucho por si, Dios no lo permita, pasa algo y hay
reconocimiento. Al mulo lo llevamos con nosotros por donde vamos abriendo y le
vamos preguntando dónde está la plata, amenazandoló.
Y los tipos se hablan todo.
Con el miedo de que les pase algo claro que hablan, si
ganan quinientos pesos por mes. Yo siempre les dejo una propinita, cien pesos,
se lo meto en el bolsillo, para que al otro día se vaya a comer con la mujer.
Qué sé yo de esa forma le aliviano el mal momento. Tampoco se le puede dejar
mucho porque pueden decir que nos entregó. Hay mulos a los que uno no le
pregunta nada y te dicen: en tal piso está la plata, no me lastimen, no me hagan
nada, yo los llevo, no toquen ahí, eso tiene alarma, eso no, eso sí, mirá que a
tal hora viene tal persona, que esto,
que lo otro. Entonces ya, con todo lo que miramos, el seguimiento que
hicimos, lo que estudiamos, esa persona nos aclara más el panorama. Todo se
hace más fácil.
¿Cómo eligen las empresas?
Hay que jugarse: de veinte
empresas podemos abrir cuatro o cinco. La noche no da para abrir más. Por lo
general, buscamos edificios que tengan una empresa por piso, entonces vamos
directo a las tesorerías adonde está la plata y encaramos
directo para la caja fuerte.
¿Cómo la abrís?
Prendo el equipo, corto un cuadrado donde está la
cerradura, la saco, destrabo el volante y listo. Y si tiene combinación, le
saco la numeración negra, la golpeo con un cortafierro, arranco y queda un
pendorcho, le pego así con un destornillador grande, tiro la combinación para
adentro y abrí. Si no hay
caja seguimos. No nos llevamos cualquier cosa. Nosotros nos llevamos nada más
que la plata.
¿Siempre hay?
Hay lugares de los que nos hemos ido sin un mango o con
quinientos pesos cada uno, un lugar elegido por nosotros, claro, si es
entregado siempre hay plata. Lo máximo que encontré por la mía, fueron cuatrocientos mil
pesos. Pero también, hubo veces de mil. Esos son los riesgos de cuando uno lo
busca por su corazonada. Y nosotros tenemos bastante corazonada. La pegamos
bastante.
¿Se reparten la plata allí?
Sí, una vez que terminamos el laburo cada uno se lleva su
parte. Y chau, nos vemos en quince, veinte días.
¿Es fácil encontrar amigos para este tipo de trabajo?
No, no somos amigos, somos compañeros. Y cuesta
encontrarlos. Es muy difícil porque tienen que ser de mucha confianza y sobre
todo gente grande. Hoy los guachos son rebarderos, no tienen paciencia y se
piensan que es todo así nomás. Cuando hay problema dicen: qué cagada me mandé,
mirá vos. En cambio la gente grande como ya ha pasado más cosas, ya tienen más años de tumba y ya saben lo que
es bueno y lo que no, se cuidan más. Tampoco tienen que drogarse. Cuanto más
sobrio se está, mejor. Yo jamás tomé droga para hacer un trabajo y la gente que
va conmigo tampoco. Una persona drogada
está muy acelerada y es mucho más el riesgo. A mí me gusta estar lúcido, tengo
que estar con todos los sentidos ahí. A veces se puede dar una amistad, pero es
muy raro, porque no conviene que vayamos tres reincidentes a comer, porque si
nos paran en un auto y nos piden documentos, todos tenemos antecedentes.
Entonces, ¿qué vamos a estar haciendo? Nosotros vivimos cada uno en una punta.
No hablamos nada por teléfono: hola como andás, sí, mirá, vamos a comer unas
pizzas a tal lado, necesito hablar con vos. Nada más. Todo se dice
personalmente. Yo soy un enfermo de que las cosas salgan bien, porque es la
seguridad de uno. Nosotros tenemos mujer, hijos, y queremos la familia, sobre
todo.
¿Tu familia sabe de tu trabajo?
Mis chicos no saben lo que hago, pero mi mujer sí. La mujer
de uno lo tiene que saber. Y pobre, no le queda otra que bancarselá. Lo
que pasa es que cuando uno se enamora, se
enamora de la persona no del oficio,
no importa si uno es escritor o
si lava coches en un lavadero. Nosotros siempre prometemos que vamos a cambiar
y que vamos a dejar. Decimos: compramos
el auto y basta, pero después queremos un
auto más nuevo. El problema es que mi mujer se queda con el corazón en
la boca. Si vuelvo sin plata está todo bien, si es con plata mejor. Pero
también puedo no volver. Por eso prefiero buena plata y trabajar una vez cada
tanto. Yo duermo todos los días tranquilo. Hago una vida totalmente normal,
sana. Me tomo una cerveza un fin de semana, pero cuando no tengo que hacer nada.
Hago deporte. No llevo arma encima, no tengo armas en mi casa. Nada. Hablo bien
con la gente, me llevo bien con todos, trato de ocultar lo que hago, trato de
ser uno más en la sociedad para que nadie se avispe.
¿Te sentís libre?
Sí. Plenamente. Pero igual me cuido. Si robé en un edificio no
voy a ir a comer a la esquina o a dos cuadras o a la vuelta. Y no es que no lo
haga por un tiempo, yo no voy más. A mí no me pasó nunca, pero personas que
conozco que fueron a comer y de pronto: policía, documentación. O por ahí, en
otra mesa una persona que está comiendo, te reconoce y empieza: él me robó, él
me robó. Yo, siempre fui de a poco. Nunca resalté. Uno se va mudando,
un año, dos años, y va cambiando. El lema es no hacer base en ninguna parte.
Donde vivo no conozco a ningún vecino. Yo entro: buen día, buenas tardes y
chau.
¿Se puede ahorrar plata con este
trabajo?
Y dejar de hacer esto, sí, pero
uno se da cuenta tarde. Después que gasté un montón de guita digo, si hubiera
juntado la que robé en estos diez años, seguro que no robaba más. Hace cinco
años atrás me compré dos coches cero, qué sé yo, estupideces que hoy no haría.
Uno se saca los gustos. Con mi mujer conocimos todo gracias a esto. Nos íbamos
de vacaciones siempre, llueva, no llueva, invierno, verano. De paso, en los
lugares de veraneo yo miraba algo, iba estudiando, entonces llegaba y les
decía: muchachos, vi tal cosa en tal lugar ¿vamos? Vamos. Dejábamos la familia y lo hacíamos. Y lo seguimos
haciendo eso.
¿Tenés el sueño de el gran asalto?
Algunos sueñan con eso. Yo no. No está en mis
planes. Qué sé yo, un camión de caudales, por ejemplo, no se puede hacer, y ya
no por el tema riesgo, si no, porque no se sabe lo que puede haber adentro, por
ahí lo abrimos y encontramos quinientos mil pesos en treinta bolsas de monedas,
pero no nos podemos llevar ni una, es imposible. Es que tampoco ahora hay
trabajo como antes, cada vez avanza más la seguridad, las calles están más
cuidadas. Fueron achicando los riesgos. Antes, los blindados iban con un fierro
en la cintura, ahora llevan itacas en la mano, van con las armas desenfundadas,
empuñadas, tienen equipos de comunicación. Y también hay
menos plata dando vueltas. En una fábrica, antes, les pagaban a cien empleados.
Ahora, cobran en cajeros, justamente para que no haya tanta guita dando vueltas.
Antes, se llegaba así nomás a comer un sueldo de cien personas. Tampoco tengo
el sueño del Banco. Es más, nunca robé ninguno. Ya no son como años atrás.
Ahora te podés llevar veinte mil pesos. Y hay que ir con un grupo comando de por lo menos cinco o seis
personas. Haciendo números, son tres, cuatro lucas para cada uno. No da ni para
el abogado. Sí lo hice
con gente que sale de los Bancos. Un trabajo
entregado.
¿Quién
entrega en esos casos?
Eso siempre es por un contacto adentro que sabe toda la
movida. Me dicen: mirá que entre las diez y las once va a venir una persona que
va a hacer un movimiento importante, yo te llamo cuando esté en la cola.
Entonces yo estoy enfrente, esperando,
me llama al celular y me dice, por ejemplo: el techo de rojo (camisa
roja) y las paredes de azul (pantalón azul). Y espero a que salga la persona. En una época, tenía un chabón en la Aduana que me llamaba
temprano y me decía, hoy a tal hora sale
un camión marca tanto, patente tanto, que lleva tal mercadería. Entonces
nosotros buscábamos comprador, hablábamos con los reduce y al que lo quería
comprar se lo bajábamos directamente. Íbamos derecho. Apretábamos al chofer y
lo llevábamos a pasear en el baúl de un auto hasta que se entregara la
mercadería. Cuando se terminaba el trabajo nos llamaban por teléfono y al mismo
tiempo que uno abandonaba el camión, el otro tiraba al chofer por ahí. No, yo no tengo sueños de robar nada. Yo robo para
sobrevivir y para mi bienestar. No para que digan mirá, éste robó. No, yo robo
para mí y para mi familia. Me interesa estar bien y vivir bien. Mientras pueda.
No se puede
parar ¿no?
No es fácil.
Uno empieza haciendo cosas chiquitas porque no tiene los medios. Yo no tenía
auto, no tenía nada. No tenía ni para un colectivo. Robaba
mercadería, la vendía y me empezó a ir bárbaro. Después, me quise
comprar un autito, más tarde una casa. Al tiempo quise otro auto más nuevo. Y
eso hay que mantenerlo. Todo me va llevando a, cada vez, robar más. Aunque el
riesgo sea mucho. Puede estar todo muy tranquilo, pero, a veces, se complica.
Llega la policía y hay que salir por los techos. Son segundos de lucidez, de
reacción, para escapar y no terminar muerto como un perro.
¿Asaltás casas de familia?
Sí, pero siempre es por entrega. Me vienen a buscar y me
dicen, mirá que ahí hay tanta guita, ¿te
interesa? Y siempre es algún cercano. Siempre hay un bicho. O medio oveja
negra, o lo dejaron afuera en algo, o es medio rata, o tiene algunos vicios de más. ¿Qué querés
vos? Yo quiero un veinte, dice. Te doy un quince, ¿te sirve? Listo. Lo único que
tuvo que hacer es mirar y hablar. Y a nosotros nos viene bien, siempre y cuando
sea de confianza. Y se empieza a estudiar: cuántos son, si es un matrimonio
solo, si tienen hijos, si estudian, si van a la facultad, a qué hora vienen, a
qué hora van, si van al gimnasio. Mientras,
miramos por dónde le vamos a entrar.
¿Cómo se organizan adentro?
Cuando en una familia se agarran cuatro o cinco personas,
se reparten para que no hablen entre ellos. Se trata de hablar con el padre, o
con la madre que es más vulnerable, para que cuenten cómo es la cosa. Al estar
toda la familia separada entra el pánico, ¿qué le van a hacer a mi hija?,
entonces uno trabaja sobre eso psicológicamente, y si no hay respuesta, bueno,
se le trae a la hija.
¿Alguna vez violaste a alguien?
No, nunca violé a
nadie. Y los que están conmigo no van a llegar nunca a eso, porque con gente
así yo no trabajo. Sí llegamos a intimidar, a sacarle la pollera, levantarle el
camisón o dejarla en corpiño. Eso es una cosa. Pero manosear, no. Porque uno
también está expuesto a que puedan salir las cosas mal, te agarran y te comés
una comida bárbara. No sé cuanto te dan por violación, tampoco quiero saberlo.
¿Cuál es el primer lugar donde buscan la plata?
El dormitorio de los dueños. En el comedor la plata no se
guarda, porque si uno tiene que agarrar algo no lo va a hacer delante de otros.
Y se busca por todos lados: en los placares, en las mesas de luz, en los rollos
de las cortinas, cofres debajo de la cama, la caja fuerte, colchones, las
llaves de luz, freezer, heladera, adentro de un par de medias. Hay gente que
pone puñados por todos lados. También en el piso, abajo de un par de parquets
o abajo de la alfombra, en lugares donde no esté totalmente pegada. O donde no
hay cemento, hay una caja. En los sanitarios es medio difícil porque se puede
humedecer, aunque en el pie de la pileta del lavatorio una vez encontramos
cinco mil dólares.
¿Cuál fue el lugar más insólito?
Adentro de una cocina vieja que estaba para tirar en el
fondo de una casa, y otro, en un lavaderito lleno de zapatos hechos mierda,
lleno de mugre, telarañas, daba asco meter la mano ahí, en el último lugar que
revisamos, estaba la plata. A veces, estás hasta cinco, seis horas. Hasta nos
hemos quedado en edificios de un día para otro.
¿Intentaste alguna vez quitarte de ésta?
Muchas veces. Pero las veces que invertí plata en negocios
legales me fue como el culo. Y las que laburé por un sueldo, no me daba ni para comer. Me tenía que
andar escondiendo en los hoteles, yéndome sin pagar, no podía alquilar nada. No
tenía medios para vivir y eso que no tenía hijos todavía, estaba solo. Con
familia es más difícil. Una persona que gana seiscientos pesos por mes que, por
ahí, hoy, es un buen sueldo, ¿cómo hace para darle de comer a dos, tres pibes,
mandarlos al colegio, vestirlos?
¿Viste alguna vez por la tele un asalto tuyo?
Sí, claro que sí. Y lo más gracioso es que digo: mirá que
ratas que son, nos llevamos veinte y están acusando cincuenta y cinco. Lo hacen
por el seguro. Pero la tele no muestra todo, no muestra las veces que me agarró
la yuta después de un robo y le tuve que entregar la mitad o todo para que me
dejaran ir.
¿Fuiste preso alguna vez?
Una sola vez. Estábamos trabajando, abriendo una caja y
cayó la policía. Algún mulo habrá activado la alarma, no sé.
¿Cómo fue?
Nosotros éramos cuatro. Y una vez que tenés a la policía
ahí, no hay salida. No queda otra que entregarse. Toma de rehenes no va porque
son muchos años más. A no ser que uno esté muy jugado, que sepa que lo esperan
veinte años y de última, bueno, se juega y disparará o hará lo que tenga que
hacer. Pero si no, con plata, en un par de años se sale. Yo la vez que caí,
estuve seis meses nada más. Hace como siete años y fue la única vez. Tuve justo
lo que se necesita en esos casos: un abogado bueno y pillo, mucha plata y
suerte. Si no, me hubiera comido seis años por lo menos.
Se dice que una vez que se cae en cana ya no se vuelve a
ser el mismo. ¿Cómo la viviste vos?
Lo raro de caer preso, para mí, fue que no me daba cuenta.
Ni cuando caí, ni en el juzgado, ni en Tribunales. Recién me di cuenta a los
quince días, más o menos. De a poco, me había hecho la idea de que no me iba
más, hasta que me dijeron: flaco, te vas. Y tampoco me daba cuenta que me iba.
Es una sensación rarísima. Aparte, cómo salís. Yo salí con miedo, con pánico, no quería ni salir a la
calle. Veía un auto y sentía que me pasaba por arriba. No sé si tuvo que ver el
silencio o qué. Me costó reacomodarme. Igual, a la semana tuve que empezar de
nuevo. Tenía deudas, cuentas, impuestos atrasados, luz,
agua...
¿Cómo se percibe la presencia del enemigo?
Y, nosotros los olfateamos y ellos nos olfatean. Los
policías se dan cuenta si uno tiene mucha cárcel: la manera de hablar, la
manera de caminar, ademanes. Como nosotros nos damos cuenta cuando uno es rati por el
corte de pelo, la marca de la gorra, si
tiene camisa por afuera y tiene medio abultadito es porque lleva fierro.
¿Cuál es la actitud a tomar para no salir herido o no
terminar muerto cuando uno es asaltado?
La mejor actitud para el tipo que es asaltado es hacer lo
que le dicen: levantar las manos, tirarse al piso, no mirar y entonces no hay
por qué lastimarlo. Ahora, que no se ponga en héroe.
¿Alguna vez te afanaron a vos?
Y claro. ¿A quién no le pasó? Fue en la calle: arriba las manos me dijeron.
Y se llevaron el auto. Pero volvemos al tema, mi auto estaba asegurado.
Entonces, que se lo lleven. Pero lo mejor que me pasó fue haber zafado de un robo. Yo
tenía cien lucas en el Banco y se me dio por comprar una casa. La saqué dos
meses antes del corralito, así que nos salvamos de que nos engrampen, si no,
nos recomían todo. Eso es suerte. Ahora, yo digo, por ahí te agarran robando y
te quieren dar mil años de cárcel, y a ésta gente que arruinó al país, a los
que manejan el dinero del pueblo ¿Quién les pone orden? ¿Quién les marca el
límite? ¿Quién los manda presos? ¿Quién reprende a esos hijos de puta? Y lo
peor es que no le roban solamente a la gente que tiene plata, les roban a los
pobres, a la gente que se rompió el culo toda la vida.
¿Y la mejor zafada
de la cana?
Y el mejor zafe de la policía fue, en un edificio de
empresas. Teníamos que conseguir la
llave. Entonces, buscamos un edifico al lado que tuviera la terraza pegada y
nos hicimos amigos de unos pibes, de
tomar cerveza, de jugar al pool,
joda de varias noches, hasta que le pudimos copiar la llave con poxilina y la
mandamos a hacer. Ahora, había que hacer la de la terraza. Trajimos al
cerrajero con llaves y con ganzúa, le hizo unas cosas a la cerradura y la dejó
loca. El que abría con la llave normal, abría y cerraba tranquilamente, y
nosotros con una llavecita que nos dio él, abríamos y cerrábamos también, sin
problemas. Ya teníamos la de abajo y la de arriba. Había que pasar para el otro lado y entrar.
Nos metimos un día a eso de las siete, cuando ya se habían ido todos. Era un
edificio que no tenía vigilancia. Saltamos por la terraza, hasta había una
escalerita, así que no tuvimos ni que saltar. Nos metimos en el piso quince,
nos pusimos a romper, más o menos llevaríamos cerca de una hora y media de
trabajo y desde afuera, nos avisan por teléfono que en el segundo hay gente. No
lo podíamos creer. Salimos a buscarlos enfierrados, descalzos, entrábamos
despacio a los palieres y hacíamos oreja en las oficinas a ver si se escuchaba
algo. Llegamos abajo y sentimos la alarma de la cochera. Eran dos chabones con
una mina que se iban en un auto. ¿Qué pasa? Se habían quedado de joda, se
habían traído una mina a la oficina. Bueno, esperamos que se fueran, pero no
nos quedamos tranquilos, revisamos el sótano, todo. No encontramos a nadie,
subimos y seguimos. Íbamos por la tercer caja fuerte y no encontrábamos nada.
Hasta que se nos acabó el oxígeno. Empezamos a revolver a lo bobo a ver si
encontrábamos aunque sea, veinte pesos.
Nos metimos en una oficina que tenía alarma, la rompimos y nos pusimos a
revisar. Hasta que en un cajón de un escritorio que abrimos con un
destornillador, encontramos ciento ochenta lucas. Esas son sorpresas. Bueno,
cuando encontramos plata, empezamos: mirá, mirá, vení Fulano, vení. Nos
manejamos así para que todos vean lo que hay. Nadie cuenta, pero más o menos uno
mira y ya sabe. La estábamos guardando en una cartera y en eso, cuando miramos
para afuera vemos lleno de chichones azules. Había caído toda la policía. O sea
que la alarma no era sólo de ahí, se ve que tenía una central y de ahí le
avisaba a la policía. Estábamos hasta las bolas. Dejamos tirado nuestros
equipos, nos fuimos a la terraza y cruzamos para el otro edificio. Ahí dejamos
los fierros y decidimos irnos por el mismo lugar por donde habíamos entrado.
Llegamos abajo. Nadie quería llevar la plata, pero había que salir de ahí como
fuera. Dije: la llevo yo. Si nos paran le damos esta plata y nos vamos, un
arreglo siempre hay. Salieron dos con todos los patrulleros en la puerta, sin
problemas. De la esquina nos llaman por teléfono y nos dicen: salgan que está
todo bien que nos vamos caminando. Salimos: plata, saco, sin mirar a nadie, hacíamos como que
hablábamos por celular, y nos fuimos caminando. Estaba todo rodeado. Les
pasamos por adelante.
¿Qué pensaste el segundo antes en el que decidís salir?
A la una a las dos a las tres.