A las palabras se las lleva el viento. 27 cartas de amor en papel


Gracias Hernán CasabellaJorge Hardmeier  por la invitación a participar


Mi carta, la N° 20 

 

Amor: 

Me decís que no entendés cómo, después de tu confesión, yo no haya dicho nada. Que no es por falta de palabras mi silencio. 

No. Es que son sólo manotazos desesperados por salvarnos. Intentos para escapar de esta locura que siempre nos arrastra al mismo punto de partida. Pasajes que duelen, oprimen... 

Y porque ya te conocía en otros cuerpos donde me buscás cada vez que nos dejamos. Pasa que los dos sabemos que aunque estés allí estás conmigo. Y que me aparezco, constante, en tu esfuerzo hasta acabar. Que te pasa con todas, ya sé. 

A todas, entonces, gracias, por haber cobijado tu tristeza. 

¿Ves? Nada define esto que siempre se repite. Porque es así. Porque siempre fue así. 

Por eso, cuando vuelvas a beberme entre otras piernas falseando el viaje, así voy a pensarte.

Y en mis desvelos, cuando sos calor en la punta de mis dedos, sublime, vuelvo a tenerte. 

Porque sos mío, como tantas veces dijiste que lo eras. 

 

Tuya (como tantas veces me hiciste repetir)



A las palabras se las lleva el viento

27 cartas de amor en papel

 


 

 

arte de tapa 

acrílico 20x25cm .2018.Victoria Viola. 

arte de contratapa 

acuarela 20x25cm. 2018. Victoria Viola. 




a las palabras se las lleva el viento 

27 CARTAS DE AMOR EN PAPEL 

Carlos Acevedo / Vanesa Alvarez / Carlos Aprea Emilio Basso / Salvador Biko / Lucía Bulgheroni Emilia Carabajal / Liliana Campazzo / Gerardo Ciancio Ana Danich / Graciela Estevez / Horacio Fiebelkorn Gisela Galimi / Eva González / Vanesa González Silvina Guala / Alexandra Jamieson / Teresa Korondi Andrea López Kozak / María Maratea / Pablo Mereb Gito Minore / María Negro / Diego Tedeschi Rafael Urretabizkaya / María Urrutia / Orlando Valdez 

 

eneljardíndelacasaderomán 

idea y compilación hernán casabella y jorge hardmeier 

prólogo macarena moraña 

epílogo marina porcelli

 

 

 

 

 …una carta puede crear un mundo. 

puede ser una forma de expresar amor 

una carta perfumada, desnuda, con el olor del papel, 

sutil, delicada y única. 

quizá en todo lo dicho radique su belleza un ritual [sagrado] 

hoy el juego es dejarla en un libro. 

no hay sobre, no hay timbrado, ni estampilla, ni buzón. 

no se entrega en mano, no hay cartero que llame a la puerta 

una carta puede ser cualquier cosa que detenga el tiempo 

y sea volver a mirarse a los ojos 

[resguardar en un papel, 

quizá haga que no seamos 

alcanzados por el olvido]

 

 

 

Prólogo 

En éstas páginas, la palabra amor se cansa de ser usada y pide a gritos variaciones, nuevas compañías, reemplazos. Chasquea sus dedos sucios de ceniza exigiendo ser rescatada. Juega a las escondidas y se mete entre los huecos que dejan las guerras absurdas, la buena tristeza, las mujeres totales, la lluvia del mundo. Apela a la ayuda de Zitarrosa, Walsh, Pessoa, Pauls; atraviesa desnuda olas de aguas plateadas, cercanas, fantásticas. Se acomoda con ironía y tristeza en uno, dos, mil bancos de plazas. Se enreda con las sábanas húmedas y aspira el humo espeso del tabaco en plena madrugada o en medio de la noche oscura, abismal, para parirse, al fin, convertida en carta. Porque es con amor que las voces de los amantes no olvidan, porque es con amor que un hijo le ruega a su padre, porque es con amor que se surcan las fatales tecnologías y se ama a los desconocidos. Porque es con amor que se viaja hacia el mundo onírico que huele a libros, que tiñe de yerba mate la lengua bífida, y que se espeja, con la dosis necesaria de nostalgia, en ese Río de la Plata que hermana a Buenos Aires con Montevideo. Porque es con amor que el sexo sacude sus plumas como en un carnaval disparatado, que emerge en una terminal de ómnibus con olor a polvo y derrota. Porque es con amor que la palabra amor se irgue entre todas las demás para ejercer la resistencia necesaria, empatar el romanticismo y darle batalla al siempre temido lugar común. Éstas cartas que aquí llegan y se suceden, una detrás de la otra, que avanzan como un ejército de redención, entre evocaciones, pedidos de perdón y un exagerado puñado de despedidas a des- 6 tiempo, intentan saldar deudas, mas son conscientes del valor de los errores, los arrebatos y los excesos. Pero su magia invisible reside en que todas han sido escritas para un único, total y definitivo destinatario: el lector. ¿Por que quién no se ha sentido alguna vez el receptor equívoco de un mensaje sin remitente? ¿Quién no se supo patria, maldición, abandono? ¿Quién, una mañana de verano, no se lamió las heridas de las patas, cual perro que olvidó el camino de regreso a casa? ¿Quién no sintió, tantas tantas veces, el impulso de cruzar la línea divisoria entre el bien y el mar? ¿Quién no fue el daño, el cuerpo y la espera de que por fin un ser anacrónico llegase para entregar ese mensaje escrito de puño y letra? 

Macarena Moraña 




1


 Cada tanto viene una rata, y es mi segundo mejor momento del día. No creo que sea siempre la misma rata, pero para mí lo es. Se llama Frank, como Sinatra, y siempre que puedo le doy algo de comer. No siempre puedo, pero ella sabe buscar su sustento, es una sobreviviente. Hurga en la carne dura de mis amigos, en lo que queda de ellos. No la culpo, ella ha quedado en el medio de toda esta locura, como nosotros. Nosotros también somos ratas carroñeras tratando de sobrevivir. Abandoné todo por un ideal que al final se reveló como una mentira. Mi carrera, mi arte, mi familia, tus brazos. En noches como esta, cuando el frío se mete sin permiso entre las roturas de mi uniforme y es mi lecho, y quizá mi sudario, rodeado de los restos de mis compañeros que llegan hasta mi nariz en oleadas de aire podrido, en noches como estas añoro tu abrazo. Las explosiones patean la tierra y me dan un poco de luz, me hacen temblar con sus infernales soles, pero ya no tengo miedo. Cada tanto alguna pega cerca nuestro, muerde la tierra y la incendia, hace temblar las paredes cansadas, nos avisa que la próxima vez nos va a morder la sangre. Pero (ya) no tengo miedo. El mejor momento del día es éste, cuando no tengo que pelear y puedo mirar tu foto dentro de la tapa de mi brújula. Los destellos me dibujan tu imagen y sé que miramos la misma luna, en esta noche de horror y metralla que nos separa. 8 Hace un par de días tomamos este pueblo, luego de un bombardeo de los nuestros. Vinimos a recoger los pedazos. Entramos con temor, con cautela, esperando una resistencia cerrada, esperando dejar la vida en el asedio, esperando el odio y el desprecio que nos hicieran pagar cara nuestra victoria o afrontar el fracaso. Pero la gente estaba empeñada en sobrevivir como podía, en conseguir comida, en huir de toda esta locura, en llorar a sus muertos sin tiempo ni para enterrarlos. Nada sabían de los motivos de esta guerra absurda. Hubo gente que me ofreció comida para que no la matara, o para que no violara a sus hijas. Pude cambiar mis últimos cigarrillos y media barra de chocolate por esta pluma que va agotando su tinta y el montón de hojas que tienes ahora en las manos. Había hombres a los que consideré mis hermanos. Nos imaginaba haciendo una barbacoa y viendo a nuestros hijos correr. Algunos de esos hombres mataron gente desarmada a sangre fría, algunos de esos hombres violaron niñas que apenas podían mantenerse en pie de hambre y miedo. Ya no se respira el alma de la gente que habitó esta casa. Solamente se respira el olor de la muerte y la desolación que va cerrándose en torno nuestro como una niebla espesa e inevitable. Las explosiones, y la desolada Luna que se empeña en brillar aún tras el polvo, iluminan tu foto. Me traen tus ojos, tu pelo, tu sonrisa. No tengo miedo porque en las noches tu mirada me acuna, tus brazos me rodean y me llevan lejos del horror. Nunca entendí lo que era el amor hasta que me sentí desamparado, hasta que me sentí solo, hasta que estuve cara a 9 cara con la muerte, rodeado de ojos que ya no ven, con el aliento de la muerte respirando cada vez más cerca, en cada bala que patea la pared, en cada bomba que incendia la tierra y me llena de polvo los ojos. Un alemán que hicimos prisionero me enseñó una canción. Me escribió la letra en un trozo de cartón y trató de explicármela, pero nada entendí. La tocó con su armónica y entonces comprendí la melodía, la melancolía del recuerdo, el dolor de la añoranza. Su melodía traía tus palabras. Esa es la misma melodía que tarareo en mi cabeza en noches como esta, en las que me abrazo sintiendo tu abrazo, en las que mi piel quemada, cansada y arada de gusanos añora el roce de tu piel, la tibieza de tu cuerpo. No entendí lo que era el amor hasta que pasé hambre y frío. No entendí lo que era el amor hasta que tuve miedo a morir. Mi cuerpo ya no aguanta más, las costillas me pinchan la piel y se pegan a mi uniforme raído y empapado. Pero mi voluntad se apoya en tu mirada, en el sonido de tu risa que se me antoja el rumor de un río donde descanso mis heridas y mi alma rota. No entendía lo que era el amor hasta que nos alejamos. Pero ahora tu amor es mi alimento, me llena la sangre de pájaros, me hace seguir en pie y aguantar, tan sólo para volver a ti y mirarme nuevamente en tus ojos. Siempre soñé con ser un artista famoso, con tener fama y dinero. Recién ahora entendí que nada vale más que un abrazo tuyo, que poder llorar en tu pecho. La guerra nunca salvará al mundo. Solamente el amor, quizá el amor. 

(Carta inconclusa hallada en manos de un soldado)


 

 

Amor 

Amor Querido, mi querido 

Es un día muy temprano, apenas la mañana está despierta. Hay silencio y pájaros. Un papel celofán envuelve al cielo. El mate, el jengibre y una brisa. Reconozco esta hora, que se repite cubierta de máscaras, para traerte de las formas más impensables. No estabas del otro lado, ni yo salí a buscarte. Llegaste lentamente sobre el aire, mientras en mi piel se borraban tus huellas. Algo me despertó y te trajo hasta acá. Fuiste llegando espeso, desde la ovillada memoria, vistiendo otros cuerpos, otras voces, quizás el canto de las aves, quizás sólo el viento, una sombra, el reflejo de alguna existencia que no capto con mis ojos. Volviste, volvió la despedida, el olvido atroz. Por eso estoy acá, escribiendo, buscando la manera de recuperar algo nuestro. Porque seguís siendo la encrucijada, ese extraño lugar de sombras y luces. No quedaba ningún rastro de vos, nada que te nombre en este espacio que se reduce a una mínima porción de recuerdo. 

Tantas veces hemos peleado cuerpo a cuerpo, con ferocidad por cada migaja de amor. Nos hemos despellejado buscando razones o verdades que nunca existieron. Recuerdo la noche en que te conocí, ya habías aparecido en este mundo, te habían arrojado a la catástrofe de nacer, en cuanto te vi, lo supe, cuando una persona queda herida para el resto de los días, eso se le nota en la cara. Hay un tipo de gesto, una marca de dolor imperceptible, algo como el cielo ardiendo, que machaca y enceguece, una fisura incesante, la versión de una sombra que se reproduce. 

Estabas frente a mí, con los ojos sobre los míos. Sé que notaste mi cansancio de migrar. Sé que supiste que cargaba con un depósito de insomnio, entonces se cumplieron las noches y los días. Huyendo juntos, creímos que nos salvábamos, pero perdimos el esplendor. No miremos hacía atrás, los milagros no existen para nosotros. 

Caímos desasidos sobre una tierra plana que nos tenía preparado lo milagroso del encuentro. De haber sabido que dentro nuestro éramos sólo escombros, que apenas podíamos con la arquitectura del cuerpo, de haber sabido que la gravedad nos iba a dejar dados vuelta, dando pasos contra el vacío ¿Nos hubiésemos arriesgado? Quizás si dejábamos pasar ese momento no hubiéramos llegado tan lejos en este juego. 

Cuando Bowie murió, terminamos de morir nosotros. Ese es el último recuerdo de vos. Imaginarte, sufriendo otra vez, por tus ídolos, esos lugares destemplados a donde te gustaba llegar. En tu historia pasan héroes vestidos con harapos, fantasmas que se disuelven en un áspero desencanto. Y eso amaba de tu vida. Esa insensata fascinación por habitar la piel de otro, por imitar los diarios de suicidas y tu voz que era la voz de la poesía y de la ausencia. 

Tomé tu costumbre de acumular pequeños objetos que en algún momento me mantuvieron a salvo del océano negro del abandono. Entre ellos hay una foto nuestra. Tenés el pelo muy corto, estamos en una playa, apenas se ve el cielo y reímos. Me gustaría saber que sentías en ese momento. Recuerdo evitar hablar muchas veces, para no encontrarme con lo siniestro de las palabras y el muro impenetrable entre nosotros ¿Quiénes permanecen del otro lado de la pared durante tanto tiempo? Ya no podremos nacer de nuevo, tal vez volver atrás sea perder el juego. 

Podríamos haber sido lo único indestructible en nuestras vidas. ¿No se te llena el corazón de tristeza sabiendo que nunca más nos encontraremos? Ahora sólo podemos inventar amores como el nuestro, intentar encontrar alguien como si nos encontráramos, creer que podemos dejar de escaparnos y que el corazón se nos parta, al darnos cuenta de que no hay nada en este mundo, y quizás en ningún otro que se nos parezca. 

Recuerdo el tiempo en que me contaste cuando murió tu abuela. Casi puedo verte velándola en tu cuarto, como una imagen oscura y tenebrosa. La vieja muerta, pálida, después de muchos años de convalecencia, dando alivio a tu madre. Una especie de liberación fúnebre. Vos ahí, con un ahogo infinito. Todo lo dark de la adolescencia envolviéndote la cara. Te temblaban las manos cada vez que me lo contabas. Hablábamos de sus jazmines y tu tristeza. Siempre odié los jazmines, creo que nunca te lo dije, debiste suponerlo, por mi cara.

 Estoy intentando rearmar este rompecabezas que es el tiempo y que apenas puedo sostener con un hilo, que pendula incesantemente, el hilo de la memoria. A veces tengo la sensación de estar inventándolo todo, tal como si habitara una historia contada. La vida se trata de vivir, sin saber el desenlace, en lo posible. De saberlo el amor nunca llegaría, y hubiésemos perdido antes de intentarlo. 

Al final, en algunas cosas te hice caso, cada vez creo menos en lo que veo. Pero sigo tirando del ovillo. Tejiendo y destejiendo mis partes con firmeza. Aunque sigo sin saber si caminar sin cesar me lleve a otros caminos o si al dar otros pasos termino en ese laberinto de la memoria. Quizás quiera demorarme en la culpa de no cavar hasta encontrarte. 

A veces intento encontrar un reflejo, una señal de lo que fuimos. Reparar la estría por la que te fuiste. ¿Se puede reparar lo inevitable? No quisiera que no te hayas ido, no. Ya nada queda de vos, apenas un olor, tu nombre cayendo sobre el recuerdo. Ya nada de vos merodea, sólo una foto enmarcada. Pero quisiera saber, qué hubiéramos sido, si el mundo no hubiese ardido para nosotros. 

Fuimos apenas dos cuerpos que se eligieron a tientas. Armando tramas, creyendo en un destino. En el cielo pasan las nubes y forman otras formas. Se agrupan, se reflejan y también se esparcen ¿volverán a cruzarse alguna vez? 

Mi amor, era mejor no estar, esta vida está llena de trampas. Y no hay héroes ni heroínas. Sospecho que ya no puedo inventar una palabra que empiece a nombrarnos. Mi estrategia es seguir migrando. Al final hay algo de destino que nos persigue. Como un laberinto del que no se puede salir, sino desde arriba. Pero acá abajo, donde mis pies se juntan con la tierra, hay que seguir. Seguir, perder hasta terminar y seguir. 

Hoy la neblina se puso más espesa y no recuerdo exactamente cuándo fue la última mañana que me sentí feliz. ¿Te das cuenta? El mundo se rompe a pedazos como tantas otras veces y ni siquiera el recuerdo nos salva. ¿Sabés? Las promesas se mueren todo el tiempo, irremediablemente. 

Cómo las parejas que se consumen. 

Amor, querido amor. La soledad ya no es recordarte, es envejecer sin un ovillo entre las manos. 


 

3

 

Adiós. No pude preguntarte cómo estás. Cuando me contaste esa leyenda de la piedra partida y la sombre intacta y lloraste, me sentí una basura. Entendí perfectamente y no pude preguntarte más, porque no podía abrazarte, consolarte, sacarte una sonrisa. No me cabe duda que en cada instante conmigo me diste lo mejor de vos, que incluso me advertiste más de una vez cómo nos estábamos involucrando. Y sin embargo yo me sumergí, me metí como un sediento en un océano inmenso. Ahora me asalta a veces el estúpido remordimiento por haberte invitado al viaje, pensando que tendría que haber sido más lento todo, y conservar la posibilidad de verte, de tener tu sonrisa tuya. Se me cayó encima el haber sido infiel, el no poder hacer las cosas como debían ser hechas, el haber mentido, despreciado lo que yo construí, mal o bien, durante muchos años. Ahora no puedo pedirte que me esperes, no puedo pedirte nada, porque tu belleza es esa libertad de sentir que vos tenés y que yo no quiero hacer prisionera, ni de mi confusión, ni de mi vida. 

C.A. 

 

 

 4

 

Para M.G.D. con amor 

Hace días que pienso en escribirte. Digo pienso porque no puede salir de eso, de dar vueltas a los pensamientos. Se les dice rumiaciones. Quizá sabes que rumiar es: masticar algo por segunda vez, es traer lo ya masticado (tal vez de manera imperfecta la primera vez) desde el estómago. Imagínate lo que es traer una y otra vez los pensamientos. Es una cobardía no dejarlos ir. Lo sé. Me doy vergüenza. 

Te quería escribir, contarte que soñé con vos 4 veces. ¿Es mucho? Sí, es mucho porque antes no había soñado nunca con vos. No antes de que nos separemos. 

¿Qué pasaba en los sueños? ¿Qué hacías vos ahí, entre las actrices principales del inconsciente? 

Eran sueños muy nítidos. Me acuerdo algunas partes. 

En uno vos estabas triste, yo estaba ahí, en tu pieza y te tocaba la rodilla, te decía que todo iba a estar bien. El sueño era en blanco y negro. Me acuerdo de tus ojos. Los tenías delineados. No llorabas, estabas triste de la manera que vos sabes estar triste. 

En otro sueño íbamos a vivir juntos. No digo volvíamos porque en el sueño yo sabía dos cosas, dos cosas que se contradicen. 

Era la primera vez que vivíamos juntos, yo sabía que ya habíamos vivido los dos. ¡Qué importa la contradicción! En los sueños como en la vida, es posible. 

Vos traías algo entre las manos: una planta, un libro, algo pequeño que yo no lograba distinguir. 

Me acuerdo a la perfección tus palabras: vengo a vivir con vos porque quiero estar cerca tuyo. Me enseñaste el secreto de convivir. Yo, hasta antes de ese sueño decía la misma pelotudez: quiero estar solo o yo nací para estar solo. 

Vos me enseñaste a quererte cerca. 

Freud decía que en los sueños hay cumplimiento de deseo. Será que mi vida es una cadena de deseos incumplidos, uno pegado a otro, y que vos venís a enseñarme mis deseos mientras estoy dormido. Mientras bajo la guardia. 

En los sueños soy una persona accesible. En la vigilia me la paso peleando, haciendo la contra. 

En uno de los sueños hablábamos de un tema importante. Ese día, después de abrir los ojos tuve dos pensamientos: escribirte y no escribirte. Quería saber si estabas bien después de tantas visitas oníricas: 

Encuesté a amigos y amigas. 

Quería saber si para ellos los sueños son señal de algo. 

¿Qué puede tener de malo escribirle a la persona con la que se sueña? 

Soy bastante torpe para hacer preguntas sin vueltas, la encuesta iba así: ¿Alguna vez le escribiste a alguien con quien soñaste? SI/ NO (justifique) 

Si soñás con alguien, ¿es importante? SI/NO (justifique) 

¿Existen los sueños donde se dicen y aprenden cosas significativas e importantes para la vida de uno? SI/NO (ya no justifique) 

Cansado de no llegar a nada, consulté con el analista. No fui directo respecto de los sueños. En terapia empiezo a hablar de vos de otras formas. Como si vinieras disfrazada,  como una diosa griega, que cambia a la forma de un árbol o animal y se mete en mi vida. 

Entiendo que el amor, el viejo amor, siempre es algo consagrado, algo difícil de espantar con rapidez. El tiempo del viejo amor es eterno. Los recuerdos de los días vividos son un jardín que se renueva sin cansancio. Lo sé, es cansador. Ponete a pensar que cada giro que le doy a lo que tuvimos es acompañado de una vida nueva, del: 

¿Qué hubiera sido si...? 

¿y si ahora es distinto? 

Es insoportable vivirse después de un amor. El cuerpo no sirve para llevar una vida digna. La piel no se desprende rápido. Todo lo nuevo que se siente y piensa es puesto bajo la lupa de la desconfianza en una especie de hipocondría mental. El sexo con otra persona es tibio. Uno es tibio, como esos peces horribles que nadan detrás del vidrio de la pecera en una veterinaria. Siento mi mar habitado por plantas, baúles, piedras de utilería. 

Los otros sueños los olvidé. Hice el esfuerzo para no hacerte perder el tiempo si lees esto algún día. No más tiempo perdido.No más tiempo perdido.No más tiempo perdido.Lo repito como un mantra. 

Me repito cosas en la cabeza, frases positivas para que se graben en el subconsciente.

Quería contarte varias cosas en la carta, no solo los sueños. Es obvio que ya no puedo ser directo con vos. Se me dan vuelta las lógicas en la cabeza. Lo sabes. 

El otro día, leí un relato de Edgar Keret que hablaba de Polonia. Lo grabé en el celular. Pienso pasártelo. Mientras lo leía me acordé de las fotos de Polonia que sacaste. Los retra- 18 tos de gente triste en las calles. Los retratos en blanco y negro con los que me enseñaste el mundo. Siento que podría reconocer a la mujer polaca de tu foto si la viera en la calle. Me gustaría que fuera mi abuela. 

En un libro de Libertella leí otra cosa que te quería contar... Qué vacío me siento sin contarte tonterías. Antes leía el doble solo para contarte historias. 

Decía que los lobos, antes de morir, suelen esconderse en el fondo de sus cuevas. Entonces giran varias veces sobre sí mismos, formando un torbellino de tierra que compactan en un vórtice y engullen de un solo bocado, hasta ahogarse. 

Lo leí y pensé en los torbellinos que hago cuando me repliego para pensar. Me estoy ahogando y no sé como salir del fondo de la cueva.

 Imagino que habrás cambiado de lugar los muebles. Hay un chocolate para vos en la heladera. Como sé que no vas a venir a buscarlo me lo como yo. 

Desaparezco en esas cosas extrañas que se sienten cuando se dice adiós: 

Dejar morir 

las ilusiones 

de lo que no fuimos juntos 

dejar que todo lo callado 

hable y diga: 

hay que seguir caminando 

entender 

que todo lo que no pasó 

tiene sentido de libertad 

y de amor extraviado. 

 

 5 

 

Querida Luana 

Con los dotes del tiempo que marcan las distancias en esa cicatriz errante del ya no ser, de no vernos a los ojos o solo disfrutar el silencio del horizonte inquieto al que nunca llegamos. En el que existimos sin correr futuros, pues lo nuestro era el ahora, donde la pasión se describe a sí misma, se aferra, se escabulle entre la memoria de nuestros sentimientos y llega al vacío de la nostalgia. Del ser incompleto, que extraña la magna felicidad de aquellos días del último verano pisando ahora las hojas cecas del otoño, no el libar de tu sexo, no la frescura de tu boca, ni el andar de tu sombra, ni de tus abrazos. Ahora me sonrío hermosa, sonrío contigo, conmigo, con el sol que entra en la tarde de mi ventana mientras te pienso y también, sangro en las heridas invisibles de mis adentros. La felicidad, esa cumbre tan efímera de compartir que nos acompañaba escapados del mundo, mientras flotábamos gimiendo o nos mirábamos dormir o aullábamos a la luna como dos bestias en la madrugada de cualquier lugar, los perros enloquecían, la locura tan compañera de esta cumbre de los sentidos. No hay perfumes, ni rosas, ni crucerías más que decir que este amor no tiene un sentido, como nunca lo ha tenido, que no se perderá a pesar del tiempo, pues se irá puliendo, como el diamante nacido del mineral puro, como esa casualidad que nos ha encontrado. Te amo, pero las mañas del destino nos han dado la distancia, la realidad nos descubre al mundo y este nos bofetea por ser herejes a la frialdad de él…pero la vida sigue, perdura, se funde en la esperanza de lo que hemos sido, en ese fuego latente y las brasas al viento, en los ojos brillantes de la pasión que en algún momento pudo ser llanto, pero siempre ha sido vida… pues siempre seremos los dos en la fotografía de nuestro recuerdo, en los momentos de nuestra memoria en el ahora, en para siempre, en el amor eterno… Besos, te amo… 

 

 

 

Dos libros iguales en la biblioteca 

"Episodio del lenguaje que acompaña todo regalo amoroso, 

real o proyectado, y más generalmente, todo gesto, efectivo o interior, 

por el cual el sujeto dedica alguna cosa al ser amado"

Son las ocho de la mañana, el bar recién abre las persianas y yo acabo de sentarme a escribirte esta dedicatoria sin haber pasado por el baño a mirarme en un espejo. El colectivo llegó a Retiro a las siete y media. ¿Ves qué bien me manejo en Capital? En diez minutos estaba en Avenida de Mayo. Siempre te dije que esta ciudad me enloquece, en unos minutos me acordé por qué quería vivir acá, además de por vos, claro. Hace un año que no venía. ¿Podés creer lo que es el tiempo? Esa fue la vez que compré este libro (lo deberías tener vos de una vez por todas, ya es hora, por eso vine, no puedo seguir teniendo los dos); había tenido suerte, un trámite judicial de mi trabajo en Capital, al que me ofrecí con rapidez me permitió tomarme el día en la oficina y que me paguen el avión. Aunque el libro lo compré después de despedirte, cuando algo de todo esto perdía el sentido, tu cumpleaños había pasado hacía un par de días, y lo último que me quedaba de vos era la figura de tu espalda en la puerta del edificio de Obras Públicas, sin haberme preguntado si necesitaba un taxi, o alguna indicación para tomarme el colectivo hacia Aeroparque, o un último abrazo, porque me acababas de dejar parada en medio de la nada, sin nadie o sin vos, que para el caso era lo mismo. 

Lo compré en Cúspide, esa librería inmensa y tan comercial que odias, porque los saldos no existen. Lo compré como si lo descubriera, como si el libro fuera quien atrajera mi atención y sólo con el título me llamara. Era la novela perfecta para mí, porque hablaba del amor, y del pasado; las únicas dos cosas que me quedaban en ese momento. Una historia, un antídoto o una explicación para un amor absoluto. ¿Y por qué lo tenías que tener vos? ¿Y por qué al amor solamente lo tenía que tener yo? Agarré el ejemplar y mientras lo pagaba, leí el inicio de la contratapa: "Después de trece años de amor-uno de esos amores absolutos que nacen en la adolescencia, modelan el mundo a su imagen y parecen condenados a la inmortalidad-Rimini y Sofía se separan. (…)" Resuelta, salí de la librería y empecé a caminar por Corrientes hacia el sur. Quería que esa calle no se acabara, como si tuviera la certeza de que al subirme al taxi, todo se terminaba. Por más que llevara entre mis manos una última excusa de casi seiscientas páginaspara volver a verte, darte un regalo, decirte que el amor, que quizás era lo único que no podía irse en un avión de un día para el otro. 

En unos minutos llegué a Aeroparque, y ya estaba sentada en un café con tiempo suficiente para mirar los ventanales con vista al río. Si te digo qué veía, en verdad lo invento, podría haber estado mirando el parque donde los aviones despegan, los hombres de mamelucos anaranjados que le hacían señas a algún piloto de una de esas máquinas en las que pronto me subiría. Podría haber estado mirando la anchura del río gris, el horizonte dibujado detrás, la extensión del pasto seco, el polvo que se levantaba cuando el motor de un avión se encendía. O podría haber estado dentro de mis ojos que ocupaban todo el espacio de la mesa redonda, de madera dura, con lágrimas encima de una servilleta de papel que me resistía a tirar. 

Era demasiado usual la escena de la luz del atardecer aplastante en aquel lugar donde todo estaba hecho a medida de la buena felicidad, y también de la buena tristeza. Parecía que allí sólo se pudiera llorar con buenos modales y libros en la mesa, con el free shop al alcance de la vista, (las ganas que tenía de comprarme cosas que me harían feliz por media hora, pero que después me llenarían de culpa; para qué un perfume, para qué chocolates caros, para qué los viajes, para qué las cosas que no necesitamos Sofía, hubieras dicho). 

La escena ocurría en un café Havanna, y yo sin poder comer la galletita de chocolate por mi alergia a las harinas. (Nunca puedo comer la galletita ni estar con vos que me acabas de decir que no te aguantas la distancia, que lo decidiste. Y todo eso me lo decís tomándome de las manos, dándome un beso seco en el cachete, en una plaza tan linda porque la plaza era hermosa como la gente y el lugar en donde comimos después y vos mirándome con esa cara de compasión, preguntándote acaso en lo que acabas de hacer, con un jugo de limón al natural entre tus manos, y el plato de rissoto como espejo de mi cara redonda, una niña feliz que sabe que lo que vendrá después no lo vale ni ese plato tan bien comido, ni la coca cola fría,y que seremos absolutamente infelices porque nunca haremos lo que debe hacerse, porque tampoco sabemos qué es lo que debe hacerse. Mandarte una carta, decirte que todo lo que te rodea es maravilloso, y me refiero a tus gestos, a tu humor, y a toda esa parafernalia de aborrecimiento al peronismo con el que venís criado. A mí no me importa, porque me gusta hasta lo que odio de vos, incluyendo los instantes precoces en los que basas toda tu anatomía, en los que no logro ni apenas abrir los ojos porque ya te fuiste, y te estas fumando todo el atado y seguís viviendo tan seguro de vos mismo). 

Al otro día ya estaba en centro de Córdoba, envolviendo el libro en un sobre para enviártelo. Antes, me había asegurado en una librería de comprar otro ejemplar. Te dije, al libro, lo teníamos que tener los dos. Te mandé un mensaje diciendo que un regalo estaba en camino, que sólo tenías que esperarlo, como esperaste en una esquina la primera vez que nos encontramos: la puerta del hotel, vos vestido con un jean Levis gastado y una campera negra, dándome un beso de esos que no me dejan pensar, las manos frías sosteniendo mis cachetes, tu pelo rubio y ondulado, tu tonada tan porteña que me dio asco, el restaurant y las pastas sin gluten, los cigarrillos y los besos en la vereda, el hotel. 

Dos días después a tu padre era a quien le negaron el paquete porque vos estarías viajando. A vos también te pedían que viajes a otras provincias, y aprovecharas para salir de la rutina. ¿Ves? A vos también te encantaba el amor así, con viajes entre medio de semanas y encuentros en camas que nunca fueron nuestras. 

Volviste de viaje y fuiste al correo, pero el libro ya estaba en Córdoba, te dijo un hombre de pelo canoso al que no le confiaste ni la respuesta que te dio porque me llamaste quejándote del servicio postal como si te quejaras de la corrupción de algunos políticos. Estabas enojado como si el amor fuera el mensajero que no podía ubicarte en el día y a la hora en que estarías en tu casa. 

Unos días después fui yo la que tuvo que volver al correo a buscar el paquete devuelto, como un cadáver de un ser querido. Me acuerdo de la cara del empleado mirando mi inercia para entregarle el comprobante de envío, exigiendo mi documento sin cuidado, sin saber que lo único que tenía conmigo en ese instante era mi identidad, una foto en la que sonrío, un halo de pelo rubio, una bufanda roja, la mirada bien puesta hacia la cámara. 

Volví a casa con el libro que había recorrido mil doscientos kilómetros, que había estado en las manos y en los bolsos de desconocidos, que estuvo cerca de los ojos de tu padre que tampoco me conoció. Fue la vez que más cerca estuve de él, ¿viste? (Al menos tu papá vio escrito mi nombre). 

Otra vez con el libro entre mis manos, y yo arrancando la primera hoja donde había escrito la dedicatoria que ahora intento recomenzar. De aquella hoja, una parte terminó pisada por un auto en medio del asfalto como una paloma muerta, y la otra incinerada en la quema de San Juan, a la que fui esa noche con Pablo, casi arrastrada en la necesidad de tomar vino y pedir deseos: que el mundo sea hermoso, que haya salud y que nos inunde el amor. Creo que yo más bien pedí todo el amor y el olvido junto, que para mí era casi lo mismo. 

La dedicatoria decía: deseo que seas locamente amado (como dice André Bretón, en el Amor Loco). 

Entonces por fin esta carta, ahora que en un rato voy a verte sólo para darte este libro, para cumplir con la excusa inicial, cerrar el círculo. (Siempre tan extrema, Sofía, dirías. Siempre esa compulsión por abrir todo o cerrarlo hasta el final). 

Otra vez intentando ensayar otra dedicatoria sin perder la original, como si todo fuera parte del mismo libro, y no me refiero a tu regalo, si no al nuestro. Un cuento, dijiste, quiero un cuento y que me lo dediques. (Si algo hiciste bien, es hacerme escribir. Si algo hice mal, es darte todos los méritos a vos). 

Pasó el tiempo, llegamos a este encuentro despojados de cualquier inmediación amorosa a la ruptura. De lo que no logré despegarme de los huesos, fue del libro. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando a veces en mi casa, me choco con el lomo en la biblioteca. Como te dije, tengo un ejemplar, y al lado el otro que es tuyo, y el mundo no se concibe con dos ejemplares del mismo libro en una biblioteca personal. Por eso, mientras tomo el último sorbo de soda, escribo la segunda dedicatoria. 

¿Qué te amen locamente? Ya lo dije y no sé si te lo mereces, aunque estés hecho para ser amado así. ¿Qué ames locamente? Prefiero no saberlo. El café está lleno de gente, y en diagonal a mí hay un tipo sentado tan parecido a Benedetti, como solía aparecer en las solapas de sus libros, con su bigote en blanco y negro, tan dulce como en sus cuentos, que tengo ganas de ir a abrazarlo, porque ha perdido a Laura y no lo puedo soportar. 

También estás vos, puede verte en una tarde enque no tomás café, por qué siempre el mate, tan interminable. Ay, perdón. Todavía pienso que el amor es como un pájaro a mitad de vuelo, a un punto de lo real, siempre en un intento frustrado. El punto es que el pájaro vuele. El punto es que vos no volás. 

La tercera dedicatoria termina en una habitación. Vos te vas al baño mientras yo me visto y saco de mi cartera el libro. Lo apoyo sobre tu mochila negra. Deberías cambiarla, te digo mientras te acercas. Queda así, y por favor por una vez, no me contradigas: deseo que seas locamente amado. Después me vas a acompañar a la terminal y yo voy a poner mi nombre. Vas a llorar como haces siempre. (¿Será que la única prueba de amor fueron tus ojos en las terminales?) El amor es más dulce cuando me vuelvo en colectivo, cuando al pasaje lo pago yo, cuando vos pagabas el tuyo para visitarme y te quejabas delos asientos que te elegía. Me gustaba sacarte el pasaje, ir a despedirte, no poder soportar verte detrás de la ventanilla mientras el colectivo hacía marcha atrás para irse, cuando yo lloraba por lo feas que eran las cortinas, por lo mala que era la comida de los colectivos de larga distancia. 

Estoy en Córdoba, me acabo de despertar. Anoche soñé con vos. Tengo la esperanza de que un día de estos se me pase ésta enfermedad. En el sueño estamos en el mar, quizás te visité en Aguas Verdes. Camino descalza sobre la arena caliente que se me pega en los talones, voy hacia vos para llevarte al agua. Ya son las cinco de la tarde y todavía no te decidiste. Llevas una hora pensando en qué hacer con la reposera que parece adherida a tus muslos, cebar un mate o ir al quiosco por una cerveza, cuando yo ya tengo cuatro zambullidas de ventaja. Vos me decís que no me vuelva a ir tan lejos, como si el mar fuera a estrecharme en un abrazo y tuviera intenciones de enterrarme para siempre en la profundidad. Ey rubia, no te hagas la Alfonsina Storni, repetís en el sueño, como en el cuento, como en ese verano que pasamos juntos y apenas nos conocemos. Y si vos me dejas sola, te respondo yo, en el sueño, y en el cuento. No me escuchás, en un cuento no puedo hacer que me escuches.

Finalmente nos metemos al agua y una ola casi me arranca la biquini por completo. No me importa, yo sigo agarrada a tu mano, como si fuera la raíz que me devuelve a la tierra. Cansados y con frío, salimos del agua y lentos, caminamos buscando la reposera amarilla que dejamos al costado de la rambla. 

Nos envolvemos en una toalla rosa descolorida. Apenas nos cubre a los dos, mientras vos haces equilibrio para buscar el mate. Me cebas uno mientras nos sentamos estirando los pies y acomodando la vista fija en el mar que poco a poco se detiene, como si el atardecer fuera menguando el movimiento del agua. Las sombrillas de colores empiezan a cerrarse, la gente se enfila hacia la rambla, la calle principal, los albergues transitorios de un verano precario y fugaz como el sol de la tarde. 

El viento no se detiene. Vos no hablas. Yo ya no miro el mar, sólo a vos que seguís mirando hacia adelante. ¿Qué ves? ¿Es el futuro? Me gustaría preguntarte. Yo tengo el libro abierto entre mis piernas, y vos que me decís que me deje de joder con la misma novela, que no somos los mismos, que sea yo la que escriba otra, que tengo talento, mientras me acaricias la mano. El libro se abre. No hay dedicatorias. Eso sólo sucede en el sueño, no en el cuento, ni en el último verano que pasamos juntos, y que sigo deseando que seas locamente amado.

 

 

7

 

Carta a la estirpe 



¿Qué escribirte, hermano herido,

Jinete despeñado desde las crines del tiempo?





No tengo más que aquello que me diste


Tus astucias

Tus modos de bestia temerosa

Una cierta intuición de lo sagrado



Te ofrendo, criatura,

El hachazo que en mí descargaste



No apartes la vista

No niegues la hermosura cruel con que marcaste mi carne

Para hacerla un espejo de la tuya



No niegues, verdugo,

Que este tajo nos hermana



¿Qué escribirte, entonces,

Si es un tajo la lengua en que te hablo?



Solo tengo las llagas que me diste

Las fábricas

Los barcos

Los relojes



Este verbo implacable que me hurga

Llaga que labraste sobre la carne del mundo

II

¿Qué escribirte, hermana ausente,

Amazona flechada por los días

Niña inmolada en los altares del nombre?



Poco tengo de aquello que me diste

Tus pliegues

Tu ternura de bestia

Una cierta desconfianza en lo sagrado



Todo de ti me llega roto



Te brindo, criatura,

Mi convulsión más íntima

Mi furia mutilada



No rechaces mis ofrendas

No olvides que te aprendí en el desamparo

Y no vinieron de ti más que destellos



No olvides, desterrada,

Que en mi exilio te reflejas



¿Qué escribirte, entonces,

Si no es nuestro el idioma en que te hablo?

En las llagas que porto te asemejo

En la sangre

El ultraje

Los oficios



Todo lo que en mí está roto



III

¿Qué decirte, en fin, criatura,

Animal asediado por el tiempo

Espiga geminada del sexo y la consciencia?



¿Decirte acaso que te entiendo

Que ya sé

Que fue difícil?



¿Qué ibas a hacer, omnívoro,

Si el hambre te siguió como una sombra?



¿Qué ibas a hacer, mamífera,

Si tus cachorros te incendiaron como lumbres?



¿Qué ibas a hacer si el mundo te acechaba

Y tuviste que nombrarlo?


Entonces pienso

En las fábricas

La cárcel

Los ultrajes



Pienso en la sangre y el altar

Y no puedo decirte que te entiendo



Ya traspasamos los umbrales de la benevolencia

Y no queda más que aquello que me diste

Los barcos

Los relojes

Los oficios



La lengua

El cadalso

El verso



La casa

La pólvora

El napalm



El pan

La cama

El ungüento



Tengo, bestia descarriada,

Tus ardides

Tus pliegues

Tus temores

Y tengo tu hambre, tus tajos y tu furia

Acéptame en ofrenda,

¡Hypocrite hominidé, mon semblable, mon frère!
 





 


La Habana, Marzo 28 de 1995 
 
Amor mío, perdido: 
 
Te escribo, sabiendo que la carta llegará a tus manos aunque no estés vivo y no camines entre nosotros, tu presencia será la condición que hará esto posible, tu presencia en boca de los pibes y de la gente del pueblo, tu presencia en la ética y la lucha de algún trabajador de prensa que esta noche se siente a escribir sobre los estragos de la época en la mesa de los humildes, allá en esas calles que ya no volveré a caminar. 
 
Te escribo para contarte que me llegó un libro desde Buenos Aires, un legado tuyo que flotando en el vientre de un avión atravesó el océano y el Amazonas para quedar en la reja de mi ventana sin vidrios en esta isla que amaste tanto, sin vidrios, sí, el bloqueo continua y la caída de los rusos nos han sumido en una miseria franciscana, ya ni pintarme los ojos puedo, ni hablar de reponer los lentes que tanta falta me hacen... 
 
Pero volviendo al tema, me llegó tu libro, alguien lo dejó en mi ventana. 
 
Leo con dificultad, pero, si estiro los brazos y busco la luz justa leo tus palabras y las escucho, escucho tu voz precisa y clara y se mezclan los tiempos y los sucesos. 
 
En eso estoy cuando de pronto siento la necesidad enorme de revolver las pocas cosas que traje cuando me fui de ese país tan frágil de memoria. Reviso una caja y encuentro tu foto con unas cartas que me enviaste para contarme de las chicas, de las jugarretas del amor y que habías encontrado una mujer que te dejaba jugar al ajedrez y no dormir por la noche, me contabas de Lilia, de la lucha que habían emprendido y me pedías que se las acercara a un amigo en común de otros tiempos. 
 
En esos días trabajaba todavía en el ministerio y armaba las notas para Prensa Latina, ya no eran los relámpagos furiosos de la revolución pero era un espacio de resistencia. 
 
¿Te acordás, Walsh, de ese tiempo en que vivíamos pegados a los teletipos y Massetti andaba a los gritos esperando que los cubanos se subieran a su vértigo argentino...? 
 
Bueno, ya no estábamos en esa efervescencia, pero seguíamos siendo los únicos que denunciábamos las intervenciones de la CIA en nuestra América. Para no perder tus cartas se las alcance a G. se las hice ver y me senté en una mesa del Ambos Mundos, cerca del piano y las copié palabra por palabra, hasta repetí los tachones y alguna reiteración. 
 
G. me miraba, no sé si con enojo o con aburrimiento,pero cuando terminé y se las entregué me chantó un beso en la boca y me dijo que esperaba que alguna mina lo quisiera tanto como para respetar los tachones en una carta, yo me reí y le dije que no era respeto ni amor era admiración y un poco de codicia, yo sabía que las cartas me iban a salvar alguna vez. 
 
Ahora te estoy escribiendo yo, sabiendo que mi carta no tiene posibilidad de respuesta, que ningún cartero la acercará a tu puerta, pero sin embargo sé que lo que escribo tendrá un destinatario. 
 
Te gustaba sentarte cerca de la ventana, decías que la luz era más luz allí, y que la editorial te apuraba con la traducción de aquellos cuentos de la antología para Hachette, me sentía responsable de ese trabajo que te alejaba de tu escritura, me insistías en que escribiera y yo te alcanzaba cuatro versos como si te diera la luna y con mi voz de maestrita te pedía que los leyeras y era entonces cuando me levantabas y me llevabas al sillón despatarrado que teníamos en ese departamento que nos prestaban y me hacías el amor como si fuera la guerra. 
 
Se me mezcla todo, la mesa de escribir, tu tabaco, el olor de tu cuerpo, la complicidad en el silencio que habitábamos en esos días de finales del cincuenta, el viaje... se me mezcla todo, las palabras de amor con las discusiones políticas, los trámites para irnos, el llegar a la revolución cubana como quien llega a la casa de los padres, las contradicciones de la revolución, tus pasos en la noche, los días y las tardes que nos fueron separando. 
 
"Período Especial", así llama Fidel a esta malaria que estamos transitando, yo estoy vieja, tengo 63, vos rondarías los setenta, y tu libro en mi ventana, llegado desde aquello que de chica llamaba patria...una alegría tu libro, recibirlo, así, casi en secreto, una alegría en este hambre, en este cerco genocida, si estuvieras aquí tomando este café lavado... 
 
Si estuvieras aquí estarías vivo. 
 
Anoche abandoné la carta, no podía seguir, recordaba cada detalle de nuestro tiempo juntos, los libros que quedaron en Buenos Aires, el caballo de ajedrez que robamos de un bar de Pompeya, las noches en que ya no había más que un naufragio entre nosotros, pero seguía allí la increíble lealtad que nos unía y nos hacía beber mientras me explicabas el siguiente paso de la revolución.
 
Una noche llegaste más tarde que de costumbre te tiraste en la cama y me dijiste que te ibas. No sirvieron mis ruegos de señorita educada en colegio de monjas, no sirvieron mis jugos, ni mis caricias, nada, me dijiste que te ibas. 
 
Levanté mi dignidad del piso me arreglé un poco el pelo, como si eso compusiera mi cabeza y te dije que me quedaba, que mi deber estaba con la revolución y que arriba los pobres del mundo y soplemos la potente fragua que el hombre nuevo ha de forjar... 
 
En fin, traté de salir del paso, pero tu voz, precisa y clara, me tranquilizó, tu voz me dice que sí, que me quede, que voy a estar bien, que fuimos buenos, que me vas a escribir y que si quiero volverme... 
 
Pero pasó el tiempo, al principio casi ni escribías, me llegaba algún paquete con libros o un kilo de yerba, una esquelita tierna, después también me llegaban encargos, avisar a un fulano, repartir estos mensajes, una vez mandaste dinero, mucho, tanto que no supe en qué gastarlo y se los lleve en tu nombre a los escritores que estaban formado una asociación de artistas. 
 
Me empezaste a escribir con regularidad, me contabas de tus viajes, en una carta había un párrafo que hasta hoy recuerdo "querida estoy en crisis este 1968 he actuado mucho más en función política que anteriormente, incluso en Cuba. 
 
Quiero decir, con muchas menos dudas y con una conciencia mucho más clara". No alcancé a dimensionar lo que se traía ese mensaje, quede en la palabra "querida". 
 
En 1970 me mandaste una carta y firmaste Esteban, me explicabas que la lucha era armada o no era lucha, que por fin te sentías parte de algo y que la revolución era peronista, como el pueblo, en tu carta, Walsh, me decías "querida compañera" me preguntabas por G. y también me pedías que revisara los diarios, que no me quedara nunca con la versión del "establishment ", me preguntabas por Fidel y los compañeros de PL y yo te contestaba dando detalles de mi vidita en la calle Neptuno, de la lectura de Cortázar en Casa de la Américas y así por el estilo, mis cartas de tan domésticas, apestaban, las tuyas eran otra cosa... tenían, cómo decirlo, no sé, una épica. 
 
Ahora releo tu libro, ese que alguien dejó en mi ventana, sin vidrios, en esta isla, y me siento a/islada... sí, estoy aislada de lo que fue esa otra vida tuya en la que mi nombre sólo fue memoria agradecida, esa vida tuya de la que no formé parte. 
 
Leyéndote escucho tu voz, precisa y clara, a pesar de estos lentes sigo y leo una y otra vez tus palabras, se suceden los hechos como en una pantalla, los lugares a los que nunca fuimos juntos, las charlas de las que no participé, los besos que no me diste, las mujeres que te tuvieron entre sus brazos, que te apretaron con sus piernas, pretendiendo hacerte recalar en sus aguas mansas, todo veo, sabiendo que estoy en esta isla donde falta hasta el jabón pero donde sobra la dignidad de su pueblo. 
 
Es 1995 en Cuba y también en Argentina, tu nombre ya es un mito, tu figura un bronce, las editoriales publican, reeditan tus libros, tu hija Patricia anda erguida de orgullo tras tus pasos, la universidad tiene premios con tu nombre, filman películas, documentales de tu vida, pero tus asesinos andan sueltos. 
 
El país, ese por el que luchaste, el país ese que alguna vez sentimos nuestro, está en manos de un personaje ridículo que fue entregando una a una las joyas de la abuela a las multinacionales, y en artilugios legales dejó libres a los asesinos de toda una generación, ese, que también fue víctima de la dictadura en sus prisiones, ahora suscribe la obediencia debida y el punto final y nos castiga a todos con los indultos más vergonzosos de la historia, libera a los criminales a los que vos denunciaste con valentía y a costa de tu vida. 
 
Pierdo el hilo, me confundo, las emociones se me entretejen con recuerdos míos, de nosotros y con recuerdos tuyos que te robo, en este momento de marzo, cuando apenas empieza la primavera en la isla, las lluvias, cuando en mi cocina no hay olor a nada, sobre esta mesa con un café recalentado, aislada, te escribo como si fueras a leerme, como si fuera posible que tu voz y que tu risa... 
 
Querido Rodolfo, nunca te nombré así, pero querido Rodolfo, tocan a la puerta y quisiera fuera tu mano y tu cabeza las que se asoman por la reja, aparece un amigo, un poeta, me pregunta por el libro, si ya lo tengo, si lo leí, que sé yo, pregunta y pregunta y de pronto está en mi cocina y ve la carta sobre la mesa, me mira con sus ojos de latir y pone su mano tibia en mi hombro, tengo sesenta y tres años pero hoy soy tu chica, la que nombrás en tus papeles personales y él lo sabe, soy aquella chica, la noviecita que según tus palabras "escribía incomparablemente mejor que yo". 
 
La chica que dejó los versos después de esa noche en que partiste de La Habana, la chica que hizo el esfuerzo de no usar el tú, ni caer en las trampas que el exilio hace con la lengua, la chica que se aferró al vos y al che, a los pibes, a la palabra clara y precisa, para poder seguir leyendo en argentino.

Corazón de palo... decías que habías nacido en Choele Choel , que se podía traducir como corazón de palo, decías que tuviste muchos oficios, que precisabas una cuota generosa de tiempo, que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez... esas cosas decías y yo las escuchaba, ahora las leo con la misma convicción del catecismo de la infancia.

El amigo Juan, poeta de la gente, me contó que trajo tu libro, que golpeó y como no salí lo dejo sobre la ventana, que ahora de paso para una reunión en la UNEAC quiso verme y traerme algunas cosas, abre un bolsito y saca dos toallas, un jabón, yerba, azúcar, champú, café y galletitas Opera, yo lo abrazo y le agradezco, hay tanto que falta en esta isla...

Te escribo una carta, o dos, o tres, juro que nunca en ninguna habrá un reproche, llegada a esa encrucijada, saldré a la calle a conseguir medio litro de leche o un pocillo de café, y retomaré la escritura, te preguntaré por Paco, por las chicas, por la niñita de Vicky, por la casa del Tigre, por ella, sí también te preguntaré por Lilia, la casa de San Vicente, los cuentos, la calle Entre Ríos. 

Tengo sesenta y tres años, soy editora de una revista emblemática, me saco los zapatos al salir de la oficina y camino las treinta cuadras en chancletas para que no se gasten, como poco, fumo mucho, pienso todos los días en vos, cuando puedas vení a verme, mandame el original de "Esa Mujer", quiero ver cuánto corregiste, los tachones, las enmiendas, quiero escucharte reír cuando te comente que al coronel lo conocí en el Hípico, que tengo la parte del cuento aquel del conscripto que tanto me reclamaste y que por casualidad encontré buscando fotos viejas, vení pronto, te estoy esperando. 

Posdata: La tarde está pesada, el Malecón lleno de pibes, unos viejos juegan dominó, lo hubieras disfrutado. 

María

 

9

 

 Montevideo, tarde de invierno con sol y el mar 

Preciosa de mí: 

Cuando me puse a escribir esta carta recordé inmediatamente algo que alguna vez te conté y que no deja de maravillarme: cada vez que un señor de la guerra, un samurai del sur de Japón, enviaba una carta a su amada, dedicaba tiempo a elegir el papel (gramaje, textura, tamaño), la caligrafía, el perfume e, incluso, el mensajero. En la delicadeza y la dedicación está el gesto de ternura y amor. En esa levedad que contrasta con la armadura, el filo de la katana y el peso de los pertrechos del samurai. Una metáfora del amor que es, en definitiva, una forma de la guerra (¡cuántos haikus de guerra y de amor hemos leído!). Escribo y sonrío porque bien sabés que no puedo evitar en mis escritos las referencias a la "cultura" (así, entrecomillada). Como sé que vos (bos) funcionás más o menos de la misma manera, no me quita el sueño traer acá, al territorio de mi carta, los modos de enviar la correspondencia que tenían estos caballeros bélicos. Porque por ahí pasa, también, nuestro amor. ¿Por dónde pasa, Gera? Podrías estar preguntando mientras lees esto. Pero conocés la respuesta, o la intuís, como me conocés a mí y me intuís. Ahí está una de las claves de este amor: saberse. De este hamor, debí escribir, donde la hache se aspira, o se raja en la garganta o se escupe entre flores y esquirlas o se la salta por encima, aunque es inevitable que te tropieces allí, en unaletra que no suena, o no sonaría, y que, para nosotros, constituye un mundo propio de dos, con un tiempo que se mide en decibeles, vatios y hercios. Es la coartada de la eternidad, o lo más parecido a ella. No en vano compartimos nuestro gusto por los tercetos de amor del canto V de la Commedia de nuestro amado Dante (sí, el ejemplar blanco es tuyo, tené paciencia). Ya sé que volví a caer en la cita: un precipicio que disfrutamos en la caída libre. Un torbellino, o terremoto, o mejor, tsunami. ¿Cuántos poemas y textos de hamor nos hemos escrito? Estamos empapelados de escritura de nos. No te olvides de la noche que vimos a los poemas animados: corrían por la casa, bloqueaban las puertas, hacían ruidos incomprensibles. Los más chiquitos, los haikus, por ejemplo, pedían auxilio desde su baja estatura de tres versos. ¿Te acordás? Todo el alboroto de los textos cobrando vida nos provocó una extraña sensación que iba del miedo y la perturbación a la ternura y la alegría más salvaje. Luego vino el orden y el silencio. ¿Te acordás? A veces uno de los dos suelta una palabra, una frase, una expresión X, y el otro la agarra con fuerza y celo. A los días o a las semanas, como por arte de magia, esa palabra o frase o expresión X aparece en la trama de un poema de alguno de nosotros. Y a esta altura de la carta, te estarás riendo de mi mirada casi nerd sobre este hamor. Sé que me entendés. De alguna forma, es como si nos hubiésemos parido mutuamente. El mismo monstruo, una única criatura ciclópea y salvaje a las zancadas por el centro del pesebre. Pisando fuerte. Alborotando. Un animal nuevo y luminoso que le tiene desconfianza a la muerte. La vemos ahí, tan campante y acerada, aunque ya descubrimos el antídoto, nuestra propia kriptonita para cuando se le ocu-rra acercarse o asomar el hocico por nuestro cuenco. ¿Te olvidaste? Creo que no: tomamos el truco, la trampa para tenderle a la huesuda, de una película que nos encantó. Absortos frente a la pantalla nos pusimos, como casi siempre, en los zapatos travestidos del protagonista. Ahí decidimos que podíamos engañar a la muerte. Pero esto va de hamor y no quisiera oscurecer la escritura. Aunque se me ocurre que otra forma de tenderle la celada a la bicha oscura sería ponernos a leer como siempre. Leernos textos por azar, como conjurando la palabra y la vida. Sin mirarla. Atentos a los versos de los colegas de la extensa historia de la poesía o del presente, de acá nomás. Como tantas tardes donde invocamos la palabra de los poetas y ahí nos zambullimos sin mayores preámbulos. Algo tenemos claro: no sabíamos lo que era el hamor. Hubo aproximaciones, vivencias, querencias. Hubo años de espera y preparación sin tomar conciencia de ello. Sólo movidos por la intuición, por una voz interna y persistente que nos alertaba sobre lo que aún no había sucedido. ¿Y qué es lo que sucedió? ¡Ahhhh! El rugido, la aceleración, el aterrizaje forzoso, el despegue bestial, el alumbramiento de la maravilla y del misterio. La importancia de la hache, claro. Lo singular y único. Mares, cementerios, escaleras, la lluvia. Vos (bos) en escorzo, perfil enamorado. Y la voz. Como si alguien hubiese abierto el paisaje con una motosierra para dejarnos pasar a ese otro lugar de luz. ¿Cómo explica la escritura un acontecimiento que vuelve mágica y feroz de amor a la realidad? Ahora estoy mirando una foto tuya, tu pelo fosforescente y tu aura de irrealidad, como si no estuvieras allí y estuvieras, al mismo tiempo, en todas partes. Mirarte ahí es una forma de constatar y confirmar  todo esto. Y no es que te te sienta abstracta (por la foto, claro) como te digo cada vez que hablamos por teléfono y dejamos de vernos por unas horas, unos días (¿y es eso posible?). Tenés un pánico amoroso por la abstracción de nosotros. Por esa forma de "abstraerte" que imagino, o mejor, con la que juego para provocarte y provocarnos. Obvio que es un juego: cómo podría desrealizarte, sacarte de la dimensión de lo concreto si sos parte de mí. Sos yo. Soy bos. Nos somos. Somos. La distancia queda abolida, como la muerte. Trato de explicarte todas estas cosas en la escritura y sé a ciencia cierta que ya lo sabés, que lo entendiste desde siempre. Te hamo por esa especie de sabiduría ancestral que tenés. Como si a cada rato te dieras una vuelta por el oráculo con total naturalidad. Sabia belleza y belleza sabia. De alguna forma, tu condición de pitonisa o bruja o hechicera de un antiguo relato del centro de Europa, se apoya además en la palabra. En la poesía. Eso que respirás y te constituye: poesía. Podría poner la palabra Poesía así, con mayúscula: tu naturaleza. Es lo que respirás, aunque no la estés escribiendo, ni leyendo. Sé que va más allá y abarca todas las dimensiones de tu vida. Te hace. La inevitabilidad de tu naturaleza poética. Poiética. Desde ese mirador, que también es tu atalaya, te observa mi hamor. Y bien sabés que nada de esto supone una pretendida altura: estamos chapoteando en la ciénaga, metidos hasta los huesos en este barro, cieno que nos inunda. Y cómo nos gusta eso. Descubrimos una forma (La Forma) de la felicidad en el medio de este pantano. Somos el mismo accidente geográfico. Una fosa abisal repleta de luminarias y a punto de eclosionar y mutar en otra cosa. Ahí vamos. Hay algo de ceguera en todo esto, y algo de clarividencia. Lo sabemos y tan campantes. Una vez me dijiste que soy el amor de tu muerte: 

-No sos el amor de mi vida. 

(Silencio). 

-Sos el hamor de mi muerte. 

Yo sentía que todo lo que había sido hasta ese momento se destornillaba abajo de mí. La más hermosa declaración de amor me había tocado en suerte. Cómo para no hamarla, pensé esa noche cuando ya no estabas. Aunque siempre estás. Te inhalo. Nos respiramos. Y eso me entusiasma. Es decir, saber que estamos, que vienen muchos más decibeles por delante, que no hay otra forma del tiempo que no tenga tu forma. Como te he dicho: si esto fuese una enfermedad, un mal que me asaltó, yo estaría todo tomado. Porque es un ejercicio harto difícil, si no vano, tratar de definir el amor. El hamor. No hay conceptos, ni metáforas, ni descripciones, pareciera, que puedan dar cuenta de lo que nos atravesó. Ensartados en una alimaña nueva caminamos siempre hacia el Norte. Como en la foto ¿te acordás? Bos con tu martillo, ese que salió de tu canción para acompañarnos en la larga caminata. Porque no tenemos que dejar de juntar y atesorar cada episodio, cada escena, cada pedacito de (nuestra) vida para guionar La leyenda. Hay cosas que nos hacen desde la raíz y no podemos abandonar jamás. No podríamos. Si una escalera tuvo la responsabilidad inicial, ahora cada peldaño cuenta. Me gusta mirarte en cada escalón. Me gusta mirarte siempre: tenerte siempre frente a los ojos míos sin miedo y sobresalto de perderte (como una vez te dije que dijo el poeta hace quinientos años). Si mirás hacia atrás esta carta, verás que no pude marcar sangrías, ni párrafos, obvio, apenas si logré usar los signos de puntuación y las mayúsculas. Quizás hubiese preferido que fuera una misiva (qué palabrita) más vanguardista, más anárquica, más bella, si se quiere. Más bos. Un chorreo de voz, un derramar de mí en el lenguaje. O de pronto, sin lenguaje. Eso que pueda decirte sin hablar ni escribir. Ni bien te mire, ahora, luego que deje de teclear y vaya a por bos, que lo sepas a cabalidad. Un papel en blanco repleto de silencio. Te hubiese enviado un gesto desconocido. Un guiño que sólo bos percibas y entiendas. Un fantasma. Una sombra. Una forma de decirte que sos todo, que me "todés", que sos el margen, los límites, el principio y el final. Y que no hay final, porque así lo decidimos. 

cieno

 

 

 

10

 

Abril de 1905 

María 

Sé que han pasado tres años desde que la conocí. Lamento con toda mi alma no poder asistir a su cumpleaños, como lamento que usted con toda su familia hayan decidido mudarse a una ciudad tan lejana de donde vivo. Es el motivo por el que, al recibir la invitación para el festejo que sus padres preparan con toda dedicación, me siento en la obligación de comunicarle que me será imposible viajar. 

Usted sabe, María, que estoy en el último año de mi carrera universitaria. En este momento tengo que dispensarle todo mi tiempo a mis exámenes finales. Una vez haya obtenido el título, con mucho gusto viajaré a sus pagos. Ya allí nos encontraremos para contarnos todo lo que no hemos podido durante estos tres años de separación. 

Nunca antes me atreví a enviarle una carta porque no sabía qué pensarían sus padres al respecto. Incluso ésta se la enviaré con su primo hermano Federico. Hago así porque temo no llegue a sus manos en caso de enviarla por correo. 

No sé cómo explicarlo; tal vez esté confundido con respecto a la educación rigurosa brindada a usted, sin embargo presiento que no resulto aceptable a su familia; es posible que sea por mi carácter fuerte, que me hace un hombre difícil de dominar, y mucho menos que se me impongan ideas con las cuales no estoy de acuerdo. Sabes, María, que no tengo el mismo pensamiento, mucho menos las mismas ideas de su familia. Ellos son conservadores y yo pertenezco al partido radical; ellos odian a Alem y yo lo admiro; su familia odia a los indios y yo los defiendo. No se olvide, María, que mi madre lo fue; que lo haya sido también molesta a sus padres. El mío era médico y su padre fue científico, por ese motivo tampoco somos creyentes; tal vez haya un Dios, no voy a discutir su fe, porque soy un libre pensador y me agrada que la mujer piense por sí misma, pero no permito que nadie me imponga un pensamiento ajeno al mío. Sé que los humanos podemos cambiar de parecer, pero si existe algo en mi vida que jamás cambiaría es volverme creyente en religiones. 

Por otro lado sé que usted cumple dieciocho años, que ya no es una niña. Su primo me ha contado que tiene gran determinación; que muchas veces discute con su madre y que por tal motivo ha recibido castigos que pocas mujeres enfrentarían. Me ha contado que cierto día en que sus padres quisieron anotarla en enseñanza de labores, usted les ha respondido con un no rotundo, y que les ha comunicado que una vez que termine el colegio se anotará en enseñanza artística, por lo que sus padres ponen el grito en el cielo y la castigan por no acatar sus mandatos. Me pregunto qué clase de hija piensan que tienen. Usted es demasiado inteligente para aprender labores, tal vez hasta es demasiado inteligente para casarse o depender de otra persona que no sea usted misma. ¿Está de acuerdo conmigo? 

María, con toda honestidad se lo digo: confíe en usted misma, siga sus anhelos y no escuche a nadie más que a su corazón. Sé por qué se lo digo; ningún hombre o mujer que sabe lo que quiere en la vida obedece a un superior ni deja de cumplir lo que desea firmemente. Entonces, ¡hágalo! Sé que por su edad aún depende de ellos; no se haga problema, los años pasan rápido. Además, como alguien que la ama, muy pronto iré en su ayuda, para fortalecerla en espíritu y para que sepa que siempre podrá contar conmigo. 

Y, sin temor a ofenderla le digo que espero el día o la noche en que pueda besar su cuerpo desnudo de ropas y prejuicios, ya sé que su cuerpo, al que adoro, el que deseo más que a la vida misma, al que conozco a pesar de no haberlo tocado jamás, se entregará abierto como una flor que sólo se abre a la noche poblada de estrellas. Ese día está por llegar y cuando llegue, desabotonaré lentamente cada uno de los ojales traseros de tu vestido, por cada botón aplicaré un beso en su espalda y, cuando haya dado los 30 besos, bajará hasta el comienzo de sus nalgas y desde mis comisuras derramaré mi saliva que llegará hasta su entrepierna, le quitaré completamente el vestido, las enaguas y los miriñaques; deslizaré mi mano por su entrepierna; sentiré el calor, el sudor y los líquidos que brotan de su fuente; le besará el cuello y pondré mis manos en sus pechos, mis labios recorrerán el contorno de su espalda, le lameré cada dedo, los pondré húmedos sobre tu cáliz sagrado y, en absoluto éxtasis, te tomaré entre mis brazos; te cargaré y llevaré a la cama; te separaré los brazos del cuerpo y los untaré con un preparado aromático que compré a los indios paraguayos; jazmín para el relax, lirio como estimulante, damiana, maca y guaraná, ese ungüento que tiene poderes mágicos y que a los pocos segundos de ser distribuido por el cuerpo de una mujer provoca una trasformación en ella; la piel del rostro se tiñe de color lavanda, el cuello de rosado, el torso de violeta, los brazos de alelí, las manos de crema, las piernas de azul y los pies de verde agua y, es así como un enamorado, creeré estar viviendo en un paraíso que jamás visité pero que huelo y veo como si tuviera poderes sobrenaturales y, por ese motivo seré capaz de hacerla disfrutar hasta el último aliento, mujer, que con tu transformación me harás entrar al reino del amor. 

Hasta pronto, amor mío. 

 Juan Lucas

 

 

11

 

 

Viernes 9 de mayo, 3.08 AM 

Amor 

Si, amor. Me decidí a escribirte. Me prometí no hacerlo pero vos sabes que no creo en las promesas. Si fuera tan fácil uno no prometería nada.Quedaron tantas cosas por decir, tantas palabras deshabitadas sin esa luminosidad del instante. No sé qué hacer con este nudo de silencio. No sé cómo llegar a vos, como filtrarme o reptar hasta tus ojos, tus oídos o tu boca (ay tu boca), reptar hasta tu piel, tu crónica tristeza, tu terca crueldad contigo mismo, tu resignado desaliento. Al borde de la madrugada te escribo, al borde de mí y de esta tristeza. Al borde de la lluvia y de tu ausencia. Al borde de la neblina metida en mis ojos, tratando de retener, en vano, los retazos del sueño que te trajeron hasta mí esta noche.No me podía dormir y cuando me dormí soñé contigo y ahora, entre mis párpados trato de sostener tu mirada jadeante y tu aliento tibio bajando por mi cuello. Fue un sueño solamente, pero recién estabas aquí y aun te siento latiendo en mi piel. Ahora ya no estás y duele, duele tanto. Pienso y re pienso en nuestro último encuentro. No sé si fue tu pausa, tu miedo soltando mis palabras como perros.Vos y esa eterna sensatez que nos condena a verdades a medias. O fui yo y mis malditos impulsos, mis emociones desbocadas. No puedo sacarme de la cabeza ese momento. Vos no te animás a jugarte, yo sí…que se caiga el mundo, te dije y vos te quedaste callado. No pude resistirlo, por eso me levanté y me fui. Te quedaste ahí sentado en el bar, no miré para atrás, no miré nada. Todo se oscureció.Luego caminé y caminé por las calles que otras veces recorrimos juntos y por otras que ni siquiera me acuerdo, sin saber que hacer o adonde ir. Sabes, no se amar de otra manera, no mido, no guardo para después, no desarrollo estrategias para amar. No se jugar al ajedrez con el amor. Ya pasaron dos viernes. No debimos sentenciar esos días. No puedo volver atrás, tampoco puedo despertarme y hacer de cuenta que nada pasó. Yo sé cómo soy, sé que mi intensidad a veces te desborda y no sabés que hacer. También sé que te amo. Cada día trato de armar mi mundo sin vos y se me cae a pedazos cada tardecita. Regreso del trabajo viendo pasar por la ventanilla alguna de nuestras esquinas, aquellas de los últimos besos antes del destierro del fin de semana. Nuestro bar, él de tantas cervezas, risas y miradas deteniendo el tiempo. Paso por allí y te busco esperándome, nos busco con las manos apretadas sobre la mesa y los ojos desbordantes de deseo. Ahora en este exilio de vos todo está tan lejos. La callecita que moría en el viejo balcón, la ansiedad en la puerta, las escaleras, el aroma a incienso y a tabaco, la intensidad de aquellas tardes, desnudos al borde del cielo y luego los abrazos interminables, antes de la despedida. Después las aceras solitarias y el frío de tu ausencia de regreso al mundo y el aroma a vos impregnado en el alma. Todo está demasiado lejos ahora. Recorro los poemas de ida y vuelta, el poema de Juarróz, aquel que me dejaste dobladito en el libró que te presté. O el primero que me llevó a tus ojos. Regreso a las miradas deteniendo el tiempo y a vos, en aquella primera tarde, diciéndome casi por vencido que me tenías que haber conocido antes y me nombrabas en el idioma de tus ancestros y me besabas el alma al nombrarme. ¿Te acordás? Me abrazabas como si fuera el último instante del mundo. 

Sabes en estos días no me animé a mandarte mensajes ni a llamarte. Tenía miedo a que no me respondieras. Escribí y borré mil veces ¿Cómo estás? te extraño. Ya sé…yo tampoco respondí tus mensajes ese día.Viste que paradoja, ahora la que tengo miedo soy yo. Hoy es viernes y todo es posible. Sé que a la tarde estarás allí. Tal vez me anime a dejarte esta carta bajo la puerta y esperarte en nuestro bar. Tal vez no. Tal vez alguien dentro de muchos años, después de mi muerte, encuentre entre tantos poemas esta carta de amor. 

A

 

 

12

 

Claro, obvio, cada cosa tiene en sí muchas cosas. Por eso hay muchas cartas en cada carta. Sobre el cuerpo del papel corre el dibujo de cada percepción. El contorno de un mapa echa su sombra en cada palabra que aquí se expande. 

Sigo: toda carta es también un interrogante, y un mensaje a un interrogante, cuyo signo expone la curva más bella, el perfil más perturbador. 

Por eso escribo y camino a lo largo y lo ancho de este mensaje. Escucho pájaros, motores lejanos, alguna radio AM que alguien olvidó apagar o que acaba de encender. 

Pienso, en fin, que toda carta de amor es la misma carta. ¿Una sola palabra? ¿Ocho carillas? Tarde para arrepentirse. El buzón termina de engullir el sobre. No dudar a la hora de equivocarse: enviarla. Nada mejor que un desastre para acomodar las cosas, dice un personaje de Blow-Up. 

Y por eso, aunque no ames, toda carta es de amor. Incluso una carta documento. ¿O no es la demanda algo presente en toda clase de amor, por fallido que sea? Toda carta es de amor, por mucho que no quieras creer en el amor. Aunque no creas ni siquiera en la carta que estás enviando. 

Y basta de teoría. Por ejemplo, vos, Desconocida, inspirás estas líneas que vienen tropezando con su propia desidia. Una carta de despedida, de eso se trata. Pero cuando nos despedimos de alguien con alguna presencia en nuestra vida, nos despedimos también de aquellos que fuimos, de quienes solíamos ser, los que llevaban nuestro nombre y usaban nuestra ropa. 

Hubiese querido, Desconocida, que esta sea una carta de encuentro, un puente y una invitación a cruzarlo. 

No surgía esto de la nada, había indicios de tal conexión. Como detesto la autocompasión, omití en nuestros primeros cruces cualquier referencia a mi situación personal. Hoy pago el precio de una rabia tan desproporcionada como los buenos sentimientos que generaste. Tal parece que sin esa rabia no puede haber amor. Acaso sea cierto. 

Como sea, te obsequié mi mejor tristeza, la más suave del mundo. Nunca fui tan elegante para disimular el impacto que tenía sobre mí esta época de mierda. Cada cual, además, tenía su zona pantanosa, donde era mejor no pisar. En el mejor de los casos podías hundirte. En el peor, despertar a ciertos monstruos. No quería lidiar con los tuyos, si apenas puedo con los míos. 


Sigamos. Los mensajes iban y venían. Nuestro primer cruce sucedió en forma casual en la web, y sin que nadie haya expuesto su fisonomía real. Yo imaginaba simplemente una silueta, una sombra sinuosa. Me gustaba lo agridulce de tu decir, escueto y esporádico. 

Cada tanto te pedía una pista. ¿Cómo es tu vestido? Y venía foto del vestido. ¿Cómo quedó tu flequillo? Venía foto de tu flequillo. ¿Tus ojos? Tus ojos. Piezas de un rompecabezas que mereció tal vez un destino mejor. 

No puedo evitar sentirme un poco estúpido al contarte todo esto a vos, que fuiste la coprotagonista de esta nadaEn todo caso, y haciendo la salvedad de esta tremenda estupidez, acaso sea necesario para mí escribirte esta carta que no por idiota deja de ser sincera. 

Dicho lo cual me tienta seguir desviando un toque el asunto. La carta de amor, como bien se ha dicho tantas veces, es ridícula. No estoy a salvo. queda claro. Recuerdo un episodio ridículo anterior, y no puedo hacerlo sin avergonzarme. Llegué a mandar cartas con una sola palabra. A ese punto llegó mi obsesión con aquella destinataria. ¿La amaba? No. El tiempo me dijo, con esa sapiencia lenta e irritante, que era pura paja, un evento narcisista por donde se lo mire, y que en realidad lo que me embelesaba (horrible) era el modo en que me sentía frente a esa persona. Obvio que le dije "te amo" como treinta veces, obvio que no fui correspondido. Un enorme paquete de pelotudeces, un extravío que hoy se me antoja imperdonable. Aquella amiga tenía razón: "Esa chica está llena de vanidad". 

Si algo me quedaba de lo que llamamos "fascinación", se fue por las cañerías. Nunca más volví a fascinarme por nada, y nada apareció que me "fascine". Sensación oprobiosa que nos deja a merced del objeto fascinante, nos convierte poco menos que en imbéciles. 

De ahí en más, tampoco volví a sentir mucho respeto por cualquier persona que diga "ay, me fascina", aunque hablen de un trozo de mortadela. Mi desencanto es muy orgulloso, y mi tolerancia ante esos eventos es nula. 

Pero volvamos a nosotros, querida chica misteriosa. Y más vale que te lo diga ahora mismo: te stalkeé. Nunca lo hago, y con vos lo hice. Una oscura vocación de detective me llevó a investigarte en el mundo visible de la web (no tengo herramientas para otra cosa). 

No había gran data sobre vos. Usabas el mismo nick en todas las redes, y al día de hoy sigo sin saber tu verdadero nombre. ¿Por qué no te pregunté el nombre? Supongo que para no resultar invasivo ante alguien que por alguna razón se oculta con tanto esmero. Pero no, no fue eso. Fue para evitar la frustración de una negativa. "No te ofendas, pero prefiero no decirlo". "No me odies, pero prefiero mantener el anonimato". "No me" etc, etc. 

¿Y si me lo decías? ¿Si te lo preguntaba y me decías tu nombre? Un interrogante más, que aporta sus milímetros de tormento. 

 

Mientras tanto, se sucedían los días. Un par de jornadas con mensajes ágiles y divertidos. Una semana sin nada. No es que sufriera por vos, querida Desconocida. Pero me intrigaba ese comportamiento. Ya: nadie le debe una explicación a nadie. Pero un poco de delicadeza no hubiese venido mal. Por ejemplo, avisar. "Esta semana estaré con la cabeza puesta en tal cosa", "me voy unos días a la costa". 

Yo nada preguntaba, vos nada decías. Mi ausencia de preguntas acaso te ahorraba la molesta tarea de ponerme un límite. Si es así, me hace feliz haber sido útil, aunque sea a tu neurosis. 

Vos tampoco preguntabas nada. Las verdades de cada cual, o al menos parte de ellas, emergían de un modo eventual durante la charla cuando esta sucedía. 

Si la onda llegaba a crecer y cierta complicidad se hacía evidente, se creaba lo que podemos llamar "zona de intimi-dad". Ese estado de acceso sencillo cuando somos jóvenes, y que nos predispone a aventuras pasajeras en, por ejemplo, un ómnibus de larga distancia, o cualquier lugar donde se produzca encuentro. 

Bien: cuando esa zona se abría, y era para mí casi inevitable sugerir que podríamos encontrarnos, se producía tu fuga silenciosa. Mutis por el foro sin comentario alguno. Cri cri. Desconocida que huye. 

Así sucedió una, dos, cinco veces. Se me volvió previsible. Hasta te hice chistes sobre el asunto. Aunque por mucha vuelta que le dé, lo real es que yo no te interesaba. Cosa que tampoco estabas dispuesta a decirme, porque querías seguir, digamos, "teniéndome". 

También podías haberme dicho "mirá, estoy con otra persona, estoy en una relación". Tanto si era cierto como si no, hubiese sido una buena excusa, y yo hubiese metido violín en bolsa. 

Pero tampoco lo decías. Y cuando llegué a insinuar que en cierto modo yo ya estaba muerto para vos, no sólo negaste todo sino que casi me implorás que no me vaya, y que de ningún modo yo debía sentirme así. 

¿Te percibías mejor y más hermosa con mi deseo? ¿Vos y tus vestidos? ¿Vos y tu veleidad avant garde, entre Bjork y Sonic Youth? ¿Tus ojos miel y tu flequillo? ¿Levantaba yo en algo tu ánimo agridulce? Hago aquí todas las preguntas que nunca atiné a hacerte por guasap. Pero si algo quería levantarte, era el vestido. 

Eras una intriga para mí. Yo no tanto para vos. Hace muchos años que dejé de jugar al misterioso. 

A lo sumo podía conjeturar algunas cosas, uniendo tusfrases y silencios con aquello que posteabas en las redes, donde siempre aparecía una queja o burla más o menos airada hacia algún espécimen masculino. 

Que quede claro y no haya dudas: nunca me quitaste el sueño. No he tenido divagues calientes con vos, y no he dejado de salir con otras personas. 

Alguna vez, hace mucho, alguien tan misterioso como vos, dijo en una sala de chat: "Chicas, por si llegan a enamorarse de un tipo casado: nunca dejen de salir con otros hombres". 

De algún modo te situaba en ese andarivel: la chica que se enamora de un tipo casado y sufre por ese tipo que nunca termina de dejar a su mujer. Ahí caía un poco tu puntaje para mí. Me repelen mucho las escenas indignas, me fastidian los poemas de Idea Vilariño, y detesto con toda el alma esa basura de canción llamada "Ne me quite pas", que pasó a la historia como "la gran canción de amor" y en realidad es la típica porquería sobreactuada de alguien que quiere arreglar todo sudando una canción frente a las cámaras. 

No sé. Prefiero a Zitarrosa. "Si te vas, te irás sólo una vez. Para mí habrás muerto".


Nunca escribo cartas largas de un tirón. Por eso la divido en, digamos, "capítulos". 

Y es hora de que me explique un poco mejor sobre las razones que me llevan a escribirte.

 Hay un solo, dramático motivo: no sé si estás viva. 

En tu última intervención en la red social que frecuentás, avisabas que tenías síntomas y que estabas llamando al teléfono correspondiente.

No volviste a aparecer, y hace de esto un mes. Te escribí al mail que me diste, y ni noticias. Tampoco respondiste al mensaje privado que te envié por la red. 

Como no conozco tu verdadero nombre, no me fue posible rastrearte en algún listado de víctimas de la pandemia. Tampoco ubicar a algún familiar para que me diga qué pasó. También es posible que hayas inventado ese asunto para irte de esa red social, sembrando tu última intriga. 

Esto ya excede cualquier atisbo de "asunto amoroso". Es curiosidad pura y dura. Menos sobre una identidad posible que sobre las razones o sinrazones de un ocultamiento como el tuyo. 

Señorita Intriga, no tuvo ningún sentido que juegues al misterio. Salvo que tu idea fuese, simplemente, sembrar misterio a tu paso. ¿Con tus amantes fuiste así, siempre? Tené en cuenta que eso aburre. 

No podría decir que te extraño. No al menos como uno puede extrañar a un ser querido. En términos reales no sos, no eras, nadie para mí. Hubiese deseado que lo seas, pero estuve en todo momento muy prevenido frente a personalidades como la tuya. 

No puedo evitar, sin embargo, escribir sobre todo esto en esta carta que no enviaré, porque no hay destinataria real ni dirección de destino. 

Lo que hubo de amor y rabia se fue con el mismo viento que dentro de algunos minutos hará volar estos papeles entre una pila de basura


13

 

 

Queridos Fernando: 

De vivir en tu barrio y pasear por la calle de tus letras, de navegar el olor a libro viejo que para mí tiene Lisboa, yo podría comer chocolates a tu lado para que me digas pequeña.

 Fragmentarme del otro lado del mar en cuatro mujeres que te amen, mientras el sol cae oblicuo en el pasado. ¿No es acaso el amor un sueño plural y transoceánico? ¿No es una mujer el aroma de un poema del hombre que ama? ¿No es el hombre muchos hombres que hay que acariciar hasta llegar al niño? 

Vestida de algas, más griega que las griegas, sería la alumna de Cairo, sacerdotisa campesina devota, virgen de los viernes. Me aferraría a su saber cómo quien palpa a un ángel, nueva pagana y vieja peregrina. Porque los dioses sabios aman poco, pero necesitan mujeres totales. Buscaría palabras entre las hojas otoñales del río y las dejaría dispersas por la casa para que lleguen por casualidad al mar de su mente de maestro. Sería para él una fingidora, que finge que lo ama y que no lo ama. Cosa que podría ser totalmente cierta.Y no esperaría nada, porque esperar en las relaciones desiguales es algo parecido a la desdicha.

 Para tu Reis sería la esposa feliz. La enfermera que lo nutre de vino y de mieles, y le anestesia la nostalgia de barcos a punta de besos de agua. Los hombres serios siempre se están yendo. La obligación es una amante exacta. Por eso yo haría vendas de flores para sus brazos, que lo aten a mi faldasin borrarle los poemas. Le cosería un cuarto propio en nuestra casa con olor a brea y caracoles. Cuando la noche caiga podría ser reina mulata y llegar a él con una corona real y un vestido ficticio. Me sentaría entonces a sus pies, dos gotas de oporto como perfume, hasta que crea que el amor es virtud y me cure a mí, también de las saudades. 

Tierra fértil de amor, desconocida y amoral del lujurioso Campos, sería su junco, la que acepta que amor es devenir. Me dibujaría ojeras pardas para que sepa que yo también conozco el ocaso de la noche. Estudiaría el saber de los astros, pero no le contaría su secreto. Que siga pensando que todo lo que sucede es imprevisto y está bien. Línea de su destino, si algún día se distrae le robaría ese poema en el que dice que amó y no fue amado. Y actriz del gozo sonreiría para que olvide todo. 

Pero para vos Fernando, para vos sería la más yo, la más vulnerable: una amante callada en un cuarto pequeño que come chocolates y te los convida. 

Las mejores noches, estoy segura, esas que en Lisboa ronda Fado y en Buenos Aires un tango y nostalgia y Saudades danzan entre las sábanas, esas noches, creo, podríamos hacer cita todos, buscar en el mar una cama, donde vivir los ocho, orgías de desasosiego. Porque si algo sé del amor, es que más allá del tiempo y las distancia, todo lo une, todo lo ata. 

Yo y todas.



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 July, hermana, querida: 

Sé que puedo contar con vos en este embrollo. Si recibís dos sobres, será porque la irresponsabilidad de amarlo, amarnos llegó para cobrarme la cuenta. 

También es vox populi que sos una experta en arsamandis y no podía dejar de confesártelo. 

Las circunstancias en las que nos fuimos eligiendo fueron al estilo de un amor cortés... Chats de messenger durante las noches oscuras de nuestras almas, la palabra precisa para cada llaga... la preocupación si dejaba de repente alguna conversación, la excitación medida en cada encuentro ya que él siempre aparecía, como una pantera negra, acompañado por su hembra de turno... silente, agazapado tras una rama, equilibrista con red, quizá por eso decidió alejarse, no lo sé, andar salvaje define el nivel de valentía del que estamos hechos.

 "Mi único enemigo es tu nombre…" si July citaría tus palabras mil doscientas cincuenta y dos veces pero balconearía su nombre a los cuatro puntos cardinales porque amo nuevamente cono la segunda vez, la de las oportunidades que no debes dejar de aferrarte al piolín de un globo rojo lleno de helio y volar sin importarle a nadie. Yo sé que vos lo dijiste como una maga y sus alquimias, preanunciado finales terrenales. Pero decime ¿qué se hace con un amor cuántico? ¿qué se hace cuando vuelve a brotar la ilusión ya perdida? Seguro que te suena raro el concepto de lo cuántico, pero es algo así como lo que nos permite estar intercambiando esta carta hoy. Cuando el amor nos trasciende, la relatividad y su fórmula se hacen fórmula empírica, realidad cruel pero tan en la piel, en los huesos, en el polvo, cenizas y el devenir del aire. 

Hermana de sueños, creo que me sigue ardiendo su ausencia, volvió repentinamente sobre sus pasos, sin más, giró sus talones es ese momento de la relación donde ya el lenguaje superaba al idioma, porque teníamos el nuestro. Sentía que no era posible luchar por la sinrazón de lo desconocido. Vendrá a tu casa, buscará tu puerta. El sobre 2 tiene sus iniciales. Dentro, tres preguntas que solo él conoce las respuestas. Si es así, entregale esa carta, quizá me encuentre en los lugares a los que iríamos juntos. 

El último pedido. Decile al oído que: 

-Me enamoró tu beso cantado, con subtítulos y permiso. Callejero, como nuestras pulgas.

 -Admiré tu manifiesto de ser y no doler. Y me dolés tanto. Como la guillotina de tus atardeceres y horizontes. Tierra yo, cielos, todos. Vos. 

-Reír a mas no poder de empezar una serie por la cuarta temporada y tratar de imaginar el guión, abrigarnos bajo las mantas, no decir nada, ser felices y más. 

-Con voz de susurro decíle que añoro nuestras caricias sobre las superficies mutuas de placer, exactas, complacer, bebernos todo. Hasta el precipicio y sus principios. 

-También dile que extraño sus piernas tan largas, enredadas en mis medias, como tanto tango. 

-Recuerdo el GPS montado en sus dedos que hacían de cada encuentro recorridos únicos y descansar en la humedad de nuestras orillas para volver a zarpar.

-Me ha quedado impregnado el aroma a sus mañanas, la risa en sus ojos, la travesía suave sobre mi ceja preferida, todas y cada una de las picardías compartidas. 

Hermosa July, tanto amor para hacer una lista, meter en una botella y enviar tantos mensajes sin firma. Estoy segura, como una apostadora lunática que buscará tu remitente, ahí te mando esta carta con el segundo sobre. Sabrá responder. Si está listo y de ligero equipaje, encontrará la respuesta. "Llámame amor y volveré a bautizarme…" 

Gracias, hermana. 

Hasta que la hiedra asome por tu ventana. 

Julieta Capuleto 

Via Galilei, 3 

37133 Verona 

Italia

 

 

15 

 


 No pensé que volvería a escribirte, entre vos y yo quedó una pared para siempre, a veces desaparece cuando imagino que voy caminando por cualquier vereda de Montevideo y de pronto te veo venir, justo frente a mí; me percato en un instante de todas las veces que he hecho ese ejercicio, repito esa imagen en mi cabeza, porque en el fondo quisiera cambiarla pero nunca puedo, entonces siempre, todas las veces, casi todos los días cruzo a la vereda de enfrente, atravieso el proyecto en construcción en la puerta del Hospital de Clínicas, esquivando máquinas, escombros, montañas de arena y obreros, porque yo sí puedo mirarte a los ojos, pero no quiero, en cambio vos sé que hasta me saludarías, con esa cara que tenés para la foto con cualquiera, porque eso hacen los irresponsables, los que nunca pudieron mirarse hondamente, los cagones y los hipócritas; mirar a los ojos aunque no puedan. 

Estoy entera, no más viva que nunca, porque los dolores son viejos pero míos… no hay dolores nuevos, no hay dolor. 

Estoy entera, y reconstruida con mis partes y las partes desarmadas que fui poniendo en su lugar, por eso puedo mirarte a los ojos, pero no quiero. 

Es todo tan distinto ahora, ni siquiera soy yo la que escribe, la que conociste. Te escribo desde otra que estaba antes de vos y ahora ha vuelto a decirme por fin, quien soy y para qué estoy acá; pero ésta, cuando algo le hace mal y no tiene solución, se va para siempre.

No tengo nada más que cuidar salvo mi alma cada minuto de mi vida, y nunca había ayudado tanto a otros desde que eso pasa... Aunque de mí sólo dependan los gatos, y encima uno de ellos se te parece; entra y sale cuando quiere y nunca se sabe si va a regresar al día siguiente. 

No te odio, tampoco te deseo cosas tristes, porque no está en mis manos tu suerte, tu falta de trabajo interno, la resolución de tus fantasmas, no está en mis manos ayudarte con la culpa que sentís por todos tus hijos no deseados, ni por tu tiempo, el que nunca te alcanza. 

Te escribo porque hoy ando con ganas que nadie me escuche, y para no ser leída, y para seguir dudando de la posibilidad de que algo te importe lo que digo, de que en algún lugar me recuerdes, no sin dolor, aunque sé que siempre voy a provocarte la ambigüedad, siempre voy a ser para vos las dos caras de la misma moneda, lo no resuelto, la infeliz y cicatrizada mujer hermosa y ansiosa, siempre voy a ser la que se fue de sus propias manos, la patológica, a la que sin saber, quisiste dominar y no pudiste, la que prefirió volverse loca antes que ser un decorado en tu casa grande y llena de fantasmas, de telas de araña , de humedades ancestrales, testigo de muertes en cada baldosa. En tu casa corría sangre, los perros estaban enloquecidos, hasta los pájaros estaban nerviosos y yo apenas puedo limpiar las paredes de la mía; y vos para mí, vos para mí… serás, quizá no para siempre, quien no quiso entender de qué se trata compartir el tiempo, la cama, la mesa, la vida, la complicidad continua a pesar de algunas incertidumbres, siempre serás el que camina triste, el canario que me cantaba canciones de Zitarrosa, el que me ordenaba las cosas sin preguntarme, el que pensaba que estaba haciendo tanto, y lo único que hacía era hacer posible que el caos me apasione hasta perder el norte. 

Nunca estuve en paz, ni cuando dormía, te amé con mis partes más rotas, la parte de mí que te amó estaba enferma. 

Sigo pensando que vos no sabes lo que es el amor, apenas usas una de sus capas para esconderte de vos mismo, lo sé por esa manera necia que tenías de emocionarte por pequeñeces, eximiéndote así de las grandes emociones, a las que solo se llega cuando logras ver tus sombras. 

Vos no sabes nada de nadie, vivís a los tumbos, tenés una inteligencia de ingeniería, y no tocas el alma ni cuando cantás. 

Algunas veces, cuando reconozco mi enojo, y opto por odiarte porque me es más fácil, inevitablemente empiezo a sentir lástima, imagino lo que hubiera sido de vos si te hubieses animado alguna vez a mirarte de frente, me duele que no hayas podido crecer como persona, y me gustaría que logres hacerlo algún día, para que entiendas por fin lo que significa sentir paz en el alma, y no solo la risa pasajera y los diez minutos en los que sé que eras capaz de transformar el mundo de cualquiera, pero el mundo no dura diez minutos, dura mucho más, y para transmutar hay que tener empatía y ser valiente. 

No sé si esta carta que te escribo es de amor; no se si sabría escribir desde otro lugar que no sea amor; es que tratándose de vos, se me olvida lo que es el amor, y tal vez se parezca más a otra cosa, a la que, ahora sí, quiero mirar a los ojos, pero no puedo. 

Muchas veces he jugado a que estás muerto, me asusta la idea de que no lo estés, cuando alguien me cuenta que ta ha visto, no puedo creerlo… ¿cómo serás…?, imagino... y te veo igual, porque no creo en la posibilidad de que hayas cambiado; por eso en mis sueños tantas veces te he velado, y una procesión de gente superficial que nunca te conoció, sigue tu cuerpo llevado por espinas, llora lágrimas correctas, y hace comentarios sobre lo mucho que sabías divertir a la gente. 

Estoy buscando una escena feliz con la cual despedirme, y no la encuentro...si quiero hacerlo sólo aparece tu silueta, tu espalda encorvada, con la vida pesándote en los hombros, la bella imagen de tus piernas flacas, tus piernas de hombre de 50 años, que ha caminado mucho, hacia no se sabe dónde. Si busco una escena feliz, se me viene la risa de mi padre, dándote un abrazo y queriendo conversar de carreras de caballos, de historias de cantinas y boliches de campo, de la honestidad de la gente, de las peleas de antes; a mi viejo le gustaba hablar contigo, y mi madre te quería también porque pensaba que me hacías bien; ella siempre piensa esas cosas, y yo no voy a romperle la ilusión. 

Qué tendrás de bueno… que ya no me acuerdo... como despedirme si no me atrevo a mirarte... Cómo decir adiós entre comillas, a quien puso todos los límites que quiso sin nunca pensar en el lugar en el que yo me quedaba... Cómo perdonarte y desearte lo mejor… Aunque en el fondo quisiera desearte amor, porque el amor es magia, y no se sabe después qué es lo que viene. Ojalá tengas en tu vida mucho amor, y si no sabes qué hacer con él, entonces respiralo, respiralo bien hondo hasta que te cambie la expresión, y en una de esas, se te escapa alguna sombra del alma de esas que no saben cómo esconderse.



16 


Rosario, invierno del 2020. 

Querido, tan querido: 

Las palabras que traigo conmigo, ofrecidas por tantos otros y tomadas por mí hasta dónde me fue posible, son las mismas con las que pienso y son tan escasas para de hablar de amor.

 Eterna metonimia subida a la ola del deseo, te acercan a una orilla que cambia, se transforma, es otra pero a la que nunca enteramente llegamos, sino a estaciones desde donde levantamos la cabeza para ver la ubicación y seguir el camino. 

Hablo de escases, de deseo y recuerdo nuestras interminables charlas, como por ellas y en su compañía, vislumbro lo oscuro de la vida, el otro lado del mundo, realidad que rasga como navaja la mirada y por esa breve ranura entra una luz que sola no podría soportar. Como tampoco soportaría la vida de ahora en más sin su palabra, su cariño. 

¿Quién puede ser sin palabras? 

Hablamos tanto de aquellos que no hablan aunque en sus gargantas haya una voz. 

Por ese rumbo anda el tiempo del mundo, sosteniendo el amor por lo propio, como si existiera algo que sea solo mío. 

Como si cada uno de nosotros no fuéramos los cruces del azar y una multitud de otros de momentos históricos diferentes, lo que hace que hoy, frente a esta computadora yo, imagen mentirosa de mí, te esté escribiendo esta carta de amor. 

Elena

 

 

17

 


 Sirenas y libélulas 

Buenos Aires, 27 de mayo de 1945 

Querida Esther: 

Espero estas líneas la encuentren gozando de excelente salud y gran belleza, tal como se la ve en la foto autografiada de su película Escuela de sirenas, que tan amablemente me ha hecho llegar a vuelta de correo. 

Me atrevo a llamarla "querida" porque considero nuestro intercambio bastante fluido ya y además, no siento otra cosa que cariño por usted. Espero este pequeño atrevimiento no la ofenda. Lamentaría muchísimo si sucediera y le ruego me de permiso para nombrarla así, con todo respeto. 

Usted es mi inspiración, lo sabe. Cuando estoy cansada y quiero dejar de entrenar pienso en usted. En la cantidad de horas que ejercitará para mantenerse en forma, alcanzar nuevas velocidades, lograr la perfección en los clavados. No importan el clima, el dolor de vientre, el humor con que nos hayamos levantado. Seguimos y siento que usted, querida Esther, toma mi mano por debajo del agua y me lleva, nadamos juntas, siempre con esa sonrisa que asegura "todo va a estar bien". 

Esa salida desde el fondo de la piscina sonriendo y sin una gota de maquillaje corrido, con el tocado en su lugar, los brazos musculosos en alto y las manos en un elegante y delicado gesto. Deseo ser como usted, por eso nado. Deseo que seamos millones de sirenas, cuando termine esta guerra, nadando para unir el mundo en los Juegos Olímpicos. 

Así es como entreno, pensando en usted, en encontrarnos más allá de estas líneas y en que el mundo se vuelva acuático, colorido, musical, y no devastado, gris y mortuorio. 

Debo confesarle algo, Esther. La otra noche soñé con usted. Irrumpíamos juntas en una mansión de Hollywood. Pasábamos de una habitación a otra, buscando la salida al jardín, donde estaba la piscina. Usted me tomaba de la mano y me llevaba. Un hombre de cuerpo abultado, bigote blanco y lentes de marco grueso, vestido con un sobretodo negro y un chambergo también negro -imagínese, en mi sueño era verano y este hombre regordete vestido así- nos seguía por la casa. Quería descubrir nuestro secreto. Usted, con esa sonrisa maravillosa y sus piernas largas dando pasos firmes, me hacía entender que no importaba. Ambas con el cabello recogido y ya en traje de baño, llegábamos a la piscina. Usted se arrojaba sin una pizca de duda, de cabeza y desde el borde. Me invitaba a sumergirme. Yo ponía mis pies sobre el lugar exacto donde acaban de estar los suyos y hacía mi mejor clavado. Nunca había sentido tal simultaneidad de movimientos, parecía que nos comunicáramos telepáticamente. Hacíamos varios largos. Después de entrar en calor, nos regalábamos juegos en espejo: usted hacía un movimiento y yo la imitaba. Me animaba a mostrarle mis movimientos, no muy creativos aún, pero usted los seguía y los mejoraba. Era el paraíso. El hombre del sobretodo nos seguía buscando y llegaba hasta el jardín. Nosotras nos sentábamos en el fondo de la piscina conteniendo la respiración por cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta segundos. Surgíamos sonrientes, lo habíamos perdido. Salíamos de la piscina y entrábamos a la casa. Nos abrazábamos en traje de baño, con los tocados intactos. Su piel, querida Esther, sus músculos entrenados. Nos mirábamos a los ojos y aparecía el hombre del sobretodo otra vez. Usted me indicaba correr hacía otra habitación y me decía "fireflies, fireflies". Nos separábamos. Yo corría por el pasillo hasta la habitación del medio, y allí abría un armario de donde salían libélulas que lo distraían y confundían. Mágicamente, como hacen las sirenas, nos deshacíamos de él. 

Quisiera contarle cómo siguió el sueño pero lo encuentro algo perturbador. Sólo diré que le profeso aún más cariño que antes y que pienso en usted constantemente. 

Espero el agua nos una pronto, querida Esther. Hasta tanto, aguardaré ansiosamente su amable respuesta. 

Con admiración y cariño, 

una aprendiz de sirena.




 

 18

 

 Montevideo, julio de 2020 

Esta carta es para bos. 

Había tomado una lapicera y arrancado un papel de esos cuadernos que sobreviven a cualquier cajón o mesa. Ahí dibujé un texto manuscrito. 

Luego te dije que te había escrito una carta de amor. No fue hace mucho si pienso en la duración de las cosas y del corazón que me late hasta que se sale de toda órbita. Un corazón incontinente que esculpe con los puños hacia fuera. 

En ese momento le había sacado un par de fotos que te mandé. Porque nos mandamos todo, nos inyectamos de señales, de gritos flamígeros, devaneos y ternura. También te la leí. No debo recordártelo, sin embargo me gusta, porque sabés que vivimos de la nostalgia de lo que somos y esto nos hace pletóricos… y a la vez tremendos. 

Era todo furia, conmoción que aturde, llaga que no cesa. Una alegría salida de sí, una extraña ironía. Un culto, algo ritual donde sacrificarme sobre una piedra magna. La misma sangre, el semen de la noche, la presente lentitud que avanza a pasos agigantados. Hablaba de desaprender la vida si no es al lado de tus pliegues y despliegues. Me sentía tan, pero tan enferma, que además del de la vida, decía que eras el amor de mi muerte. 

Dice y dirá todo eso. Puro manifiesto que queda guardado en la solapa de una tapa dura. 

Después me invitaron a escribir una carta para un libro y esa otra me viene en mente. Me metí en un desafío más grande cuando acepté. Sé que la vas a leer cuando yo lea la tuya, porque los dos vivimos en la inmensidad del par. 

Imagino que vos me escribiste una cuando todavía éramos jóvenes. Porque éramos unos chiquilines cuando sabíamos que nacer era un acto del presente. 

Hoy que llego en el tiempo al día en que somos ancianos, que tenemos aquel tanque y vivimos del primer y penúltimo beso, confirmo que somos El Tiempo y una casa y todo eso junto esperando de la mano a las manos inmortales. 

¿Qué puedo decirte en este instante que ya no sepas? Pienso en un nosotros inhóspito. Una primera mirada tal vez. El ruido del tumulto cuando la gente habla alto entre la gente y vos que hablás por encima de las figuras de yeso. Quizás una segunda con ese algo que convulsiona las moléculas cuando todo se detiene por un segundo y, al abrirse una puerta, una burbuja madre se cierra alrededor. 

Y de más en más, siempre en más, veo una tercera, cuarta, quinta, trigésima, milésima: la milenaria historia que continúa en construcción peldaño a peldaño. 

No se nos olvida ni una coma, ni un mordisco de este banquete que nada tiene de platónico y todo lo tiene de las mitades que se adhieren y nos crean. Iguales a esos pares de poemas que nos escribimos como ceremonia amorosa en cada una de las entradas del cine, y que me quedan esperando quietitos debajo de la manta, y yo te dejo pegados en la puerta de la heladera hasta que te saltan a la cara. 

Aunque suene altanero somos la matemática. Todos los axiomas unidos atravesando el pensamiento que nos piensa. Somos lenguaje y lengua. Matasellos del futuro que te escribo este día para que conste. 

Comprendo que la tengo escrita en mi almohada desde antes de ser niña. Incluso desde el tiempo que, como vértebra, se esconde en mi esqueleto. 

Asimilo perpetuamente para que llegué a la tierra como planta. Hoy me como el aire con las uñas y si digo aire digo océano. Digo luz y la borrasca. 

Persiste el crecimiento interminable. 

Te digo desde el hígado y el páncreas, te escribo siendo. Te prometo la ligereza de la existencia total que flota hasta tu alma, te toma como un noviazgo blanco y pesa porque hace ancla. Me comprometo. 

Hoy que tengo este todo amarrado entre los dedos, entreverado con mis pelos fosforescentes que ves subir desde las crestas con Montevideo de fondo, te declaro mi pedazo de tiempo, también mi espacio con fragor y silencios y todas mis insistencias mayúsculas en decirte El Hamor con ortografía fiera. 

¡Cuánta sorpresa nos trajo la gran tormenta! Nos preguntamos dónde están las otredades que se parecen a este mar de piernas. Y nada nada nada se le asemeja. 

No quiero redactar misivas ilustradas porque vos y yo somos saga. La tormenta y el ímpetu. Llevamos una escalera a cuestas para escalar al cielo y bajar al infierno cada vez que se quiera. Y en esa escalera naranja no cabe otra memoria más que la historia de los decibeles atronadores, invención que mide la dimensión de lo inefable. 

Es como cuando nos comunicamos entre líneas, pero igual así percibimos un horror de vacío: qué sería perdernos en el mundo. Lo captamos con pavor para ahuyentar lo imposible.

 ¡Ay! Si yo te perdiera 

diez veces ay 

            diez mil ayes 

si yo te perdiera ayer, hoy o mañana. 

Se me rompería la eternidad y todo el infinito. Esa totalidad sin limite que nos compone animales de carne amarilla hacia el horizonte. 

Sabés, Cieno, que no es por nada que el poema nos puso en esta hoja y nos cincela a diario con letra crespa y barroca. 

Estoy en Solaris. Desde ahí llega la faja de este recuerdo y entonces pego cada letra con la respiración caliente que te busca en la infancia aquella, cuando ya éramos algunos trazos. 

Un dedal de halcones recorre el viento del sur y te sienta en mi norte aunque se borren los puntos cardinales. 

Siempre al norte nos decimos cuando quedamos apostados en nuestro gran ojo. Ahí donde lo uno quiere decir aquí y ahora, también es nuestro infinito más pequeño. 

Ya vimos cómo se montan los papeles en el vano. Han corrido hasta nosotros para delatar el guión de la obra. A vos y a mí, inocentes, solo nos importa esta hondonada donde montamos campamento en un tendal de libros y de sábanas. 

¿Recibiste una carta mientras leías a e.e. con su nombre en minúsculas? 

Es esta, Gera. 

Soy bos. Sos yo. Nos estamos escribiendo unívocos. 

Único cuerpo y absoluta gloria. 

Kokoro

 

 

 

 19

 

Abril. Buenos Aires. 

Hoy borro tu número sin nombre ni perfil de la lista de contactos. Detono el mecanismo por el cual era capaz de convocarte al sueño en el que nos besábamos, esperando el ascensor, y yo sentía en la piel la lana de tu campera. Fuera de esa oscuridad, no estamos ni somos los que fuimos buscando perdurar después de compartir la cama, desnudos, destapados, sin abrazo; cuidando de no confundirnos con el otro que no es yo repleto de vacío y afectivos planteamientos, posiciones temidas al punto de no esperar más: la luz indica que la señal fue tomada. Volvés a tener cabeza, manos, boca, aunque no digas nada durante todo el sueño, lo que dura, enredar las lenguas en la lengua para decir no importa, en otro idioma, con otro idiota, como vos o yo: me visto y me veo partiéndote en mil esquirlas, condenada a andar perdida en la fiesta de los demás. 

O es que te descubrí en el más profundo de los escenarios y te dije sí, te dije no, te dije sí y no y ya eras, dentro de mí, estabas, de pie en un precipicio hermoso mirando las heridas que oculté despierta. O es que sólo cobrás existencia ahí, a punto de subir o de bajar, en el pasillo, sintiendo yo en la piel la lana de tu campera, los dos abriendo la boca no para decir, no para, devorarnos eternos en ese mientras tanto, lejano como tus ojos mirándome dormir. Porque antes de este acceso fue la mancha oscura en el colchón, cuando tu casanquedaba a miles de años de distancia de la mía, y dabas señales que yo confundí con señales, y el impacto con el que caímos fuera de escena partió el mundo en mitades donde no hubo lugar más que para los tristes reflejos

 


                                                                                    20

 
Amor: 

Me decís que no entendés cómo, después de tu confesión, yo no haya dicho nada. Que no es por falta de palabras mi silencio. 

No. Es que son sólo manotazos desesperados por salvarnos. Intentos para escapar de esta locura que siempre nos arrastra al mismo punto de partida. Pasajes que duelen, oprimen... 

Y porque ya te conocía en otros cuerpos donde me buscás cada vez que nos dejamos. Pasa que los dos sabemos que aunque estés allí estás conmigo. Y que me aparezco, constante, en tu esfuerzo hasta acabar. Que te pasa con todas, ya sé. 

A todas, entonces, gracias, por haber cobijado tu tristeza. 

¿Ves? Nada define esto que siempre se repite. Porque es así. Porque siempre fue así. 

Por eso, cuando vuelvas a beberme entre otras piernas falseando el viaje, así voy a pensarte.

Y en mis desvelos, cuando sos calor en la punta de mis dedos, sublime, vuelvo a tenerte. 

Porque sos mío, como tantas veces dijiste que lo eras. 

 

Tuya (como tantas veces me hiciste repetir)





21


Cámaras de amar 

Cumpa: 

Más o menos en el mismo lugar, unos cuantos de miles de millones de miles de millones de miles de millones después. Al instante en que recibas esta misiva no sabrás manejar el evolucionado código de comunicación. 

Por eso nos dibujé. De no creer, me he vuelto experta en dibus. 

Sí, nos dibujé como éramos en esa época. ¡Qué memoria, ¿verdad?! ¿Memoria de elefante? Mm… ¡Esos ni nos llegan al tarso! 

Ahora estoy un cachitín crecidita, por decirlo así. ¿Cómo estarás vos? 

Espero que estés. Vaya si mantengo la esperanza. Hasta donde mis cálculos dan, ninguna de aquel grupete la quedó. 

¿Alguna la quedará en el camino? Según las profesionales, vaya que puede pasar. Imprevistos, accidentes, ataques… Nunca se sabe. 

¿Y si todo marcha oká? 

Somos más jóvenes que la Medusa que reposa clavada en el fondo del Pacífico. De todas formas, es lo que digo en las tertulias: seguimos en carrera. 

¡Qué grupete! ¡Por las barbas de la cabra! 

A esta altura de la misiva te habrás llenado el ano de preguntas.


Voy a empezar a higienizar tus dudas. 

Te escribo desde miles de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones de años después. 

Me pierdo entre tanta marea de miles de millones. Claro, habrán pasado algunos miles de millones de miles de millones hasta que la puedas leer. Pero no dejan de ser un puñado de miles de millones de miles de millones. 

Cuando estas hojas estén entre tus patitas nos veremos una última vez. Antes del "Suceso". Antes de que todo cambie para siempre. 

En los últimos miles de millones de miles de millones se inventó la correspondencia a través del tiempo. 

Los ogros tardaron menos en inventar la correspondencia. Nosotras no comprendíamos ciertos códigos que ellos manejaban. Y así nos iba, cumpa. 

Lo que jamás pudieron idear fue el viaje en el Tiempo. Tan ocupados en transportar sus huecas mercancías para su vacío enriquecimiento, que no tuvieron en cuenta la importancia del viaje de las historias a través de las épocas. 

¿Dónde ogros estarás? ¿Dónde estuviste? ¿Tan grande nos sigue resultando el mundo?

 Quizá, lejos de aquí. Quizá domines algún extraño dialecto. Entiendo que te las rebuscarás. Nuestro idioma, tantos miles de millones de miles de millones de miles de millones, sigue siendo único. Con sus matices, sus variantes zonales, pero uno. ¡El despiporre que se armaban esos ogros con sus dispares maneras de comunicarse! 

¿Estarás sola? No sé qué me pondría más feliz. En realidad, lo sé. Que estés. Eso


Yo seguí viéndome con las chicas. Muy inteligentes las vagas. Como yo. Como vos. Seguro después del "Suceso" lo fuiste mucho más. Como yo, como las chicas. 

En la época donde por fin podrás decodificar estas hojas todavía no habremos alcanzado la estatura promedio actual. 

¡Ni imaginás cómo se nos van a poner las patitas! ¡Como un coro de firmes troncos! ¡Un cuerpo de granaderas que se doblan mas no se rompen! ¡Las columnas esenciales que detienen el encuentro de la estantería ovalada con las superficies! 

¿Fuimos nosotras las que crecimos o los ogros los que se acurrucaron en su pequeñez existencial? 

Soy consciente de que estoy usando expresiones de mi época. De este tiempo donde agito la patita para escribirte. Sos tan despierta que sé que no pasarán tantos miles de millones de miles de millones para que comprendas la misiva en un noventa y cuatro coma setenta y dos por ciento. 

Algunas cumpas plantaron bandera más al oeste; el clima las fue oscureciendo. Otras rumbearon para el norte y se aclararon un tantito. 

¿Para qué tanto viaje hacia los tiempos del ñaupa?, te preguntarás. 

["Ñaupa": viejo, antiguo. Esta palabra tiene una historia larga. Ya la conocerás. Tampoco es una historia que valga la pena recuperar. No. La historia de "ñaupa" no es nuestra historia. Es solo una bella palabra que te quise regalar en esta misiva]. 

Te extraño. ¿Te parece tanta mala pata? ¡Ratito después de la pelea sucede el momento más trascendente, el que cambió para siempre el rumbo de las cosas! 

Cuando se vino aquel Estallido, y no quedó casi nada a nuestro alrededor, temblequeó mi frágil exoesqueleto. 

Nuestra expectativa de vida era lamentable. Un suspirito. Y al lado, los amigos quelonios tan campantes. 

Los ogros creyeron que con sus avances lograrían eternizarse. Pobres ilusos. Y la Medusa se reía y se sigue riendo de todos, y de todo. 

¿Recordás? Nos separamos. Luego de un ratito… El final de la Historia, el rojo telón cerraba el porvenir. 

Con el tiempo, entendimos. Eso fue solo el comienzo. El desastre que sembró el ogro asomaba sus primeros frutos. Y yo y las demás, paradas en el mismo sitio. Fue un shock. Fragmentos de lo que había sido. 

La silueta de un ogro se adivinaba en aquel intento de muro. 

El espécimen que ellos llamaban "artista" hubiera arrancado el muro para llevarlo a una galería, para exponerlo y eventualmente nadar en verde biyuya. El horror convertido en mercancía hipercool. Cosa de ogros. Nunca usaron el cerebro como correspondía. 

En otro pedazo de muro, ahora convertido en triste roca solitaria, se podía leer: "Li, siempre te amaré". 

No, no sabía el código del ogro. Mi capacidad de memoria, que se intensificó en forma exponencial una vez el Estallido, retuvo esos caracteres. Y miles de millones de miles de millones de miles de millones de años después, pude decodificar los jeroglíficos y pasarlos a nuestro código. 

"Li, siempre te amaré". 

¿Vestigios de ternura del ogro superlativo? ¿El mal también tiene sentimientos? 

Como sea, me hizo comprender que nuestra pelea, cumpa, había sido una soberana estupidez. 

Decidí poner en perspectiva varias cosillas. Después de miles de millones de reflexiones, denodados esfuerzos, abandoné esa lástima primal por el opresor, arrojé al basural la pizca de compasión por el ogro. Y decidí, sin más, no engañar al corazón de trece cámaras.

 ¿Ilógico? Tanta destrucción y tanto paraíso al mismo tiempo. ¿Te acordás de esa cumpa que lo sabía todo? Era una inteligencia superior. Transitó por una época de rencor cuando las demás nos pusimos al día con la inteligencia. Ya sabés, Estallido y después. 

Hoy ocupa su lugar de privilegio. Condecorada, reconocida. Es grosa. ¿Te enteraste? Todas somos grosas hoy. Ella tenía esa estrella innegable, la tiene aún. Su divismo fue perdonado. 

El fin de una Era. El tímido comienzo de otra. Otra mucho más maravillosa. Espero que también lo hayas vivido así. 

¿Recordás a ese par de petisonas? Sí, eran de otra rama. Bueno, la quedaron un ratito después de que te fuiste. La quedaron un ratito antes del Estallido. ¡Eso es tener mala pata! 

Éramos rápidas, vos mucho más. Debías andar por ahí, por allá. Te busqué, miles de millones de miles de millones de otros miles de millones de miles de millones. Te sigo buscando. 

¿Y si una llama te alcanzó y no la contaste? ¿Y si esta misiva se calcinó junto con tu excitante abdomen? 

Soy intuitiva. Lo era y lo acentué con el Estallido. Estás. Lo sé. Perdiste el rumbo, no las mañanas. 

Imposible que hayas plantado bandera cerca. Te gustaban las caminatas más que a mí. Eso se tuvo que haber reforzado con el Estallido. 

Aún retengo esa última imagen. La fotografía de cómo te exiliabas de mi vida. Tus hermosos cercis congelados en mí para siempre. 

Nosotras estamos cada vez más dominantes. El mundo es nuestro. Hoy lo podemos decir. ¡Nuestro! De nosotras, las de la vieja guardia. Nuestro, de las más jóvenes. De todas. ¡Por fin, nuestro! 

Te queda un largo trecho. Tantos miles de millones de miles de millones. Ya llegarás, disfrutarás, lo verás. 

Los ogros, esos seres que no hacían más que afear al mundo con su odio y su egoísmo, ahora son los dominados definitivos. El hazmerreír de los vivos. 

Les salió el disparo por la colita. Una cucharada de su propio brebaje. Un par de Estallidos por la zona nos transformaron en mejores seres. Nos fuimos apiolando, nos fuimos desayunando sol a sol con este asuntito. 

¿Te acordás del apenas después? ¡Esos aliados cuasi invisibles! ¿Dónde estabas en aquella época de jolgorio apocalíptico? ¡"Amiguirus", les llamamos con las chicas! Nuestros "amiguirus" supieron mutar y joder la soberbia ogreril para el campeonato. 

Esas historias de dos horas con las que se estupidizaban no calcularon la que se les venía. 

¿De qué les sirvió estar tan conectados? Porque sí, en aquellos tiempos se las daban de guachi guau tecnoloshis, y, por la contraria, resultaron ser altos pichis. Barquitos, avionetas, virtualidades... Chiches que enlazaron a los ogros, que aceleraron su decadencia. 

Muere joven y dejarás un bonito cadáver. ¡Ja! ¡La mar de nabos estos ogros! ¡Qué poco les duró la función! 

Que el 23, que el 179, que el entrañable 584… ¡Maestros del Universo los "amiguirus"! 

Qué bello verlo en perspectiva. ¡Cómo les fuimos copando la parada! 

Nadie nos regaló nada, cumpa. Espero no sientas el murmullo impío de otras especies. Cuando el Estallido fue la sombrilla que tapó el sol del porvenir ogro, nosotras ya estábamos en un camino favorable, auspicioso. 

Y no resultamos salvajes e injustas con las criaturas acusadoras. ¡Qué distintas somos!

 Épico instante cuando por fin las liberamos. No, no es el que estás pensando. Todavía no observaste la foto definitiva de liberación. 

Ah. Seguro querrás saber de mí. Si me junté, si ando solari. 

Oká. 

Conviví con unas cuantas. Un par estuvieron en el Estallido. Quizá nos confundimos. Nos unió aquella Bisagra y entendimos cualquiera. 

El caso es que hace miles de millones de miles de millones de miles de millones que deambulo sin compañía, sin cumpa fija a mi lado. 

El caso es que mi corazón de trece cámaras te pertenece. 

Sí, con esto del amor no hemos logrado evolucionar. La tristeza es común a todas las especies. Esa sensación de eterna soledad. Estamos rodeadas de nosotras. Y sin embargo. 

Te aclaro: esto de las misivas que viajan en el tiempo no afecta el transcurso de los hechos de la Historia. Solo algunas cositas, pequeños detalles puntuales. 

Si fueras a buscarme después de leer esta misiva, por arte de magia me voy a alejar. O vos te vas a desviar. Dicen que hasta puede suceder alguna tragedia. A cualquiera de las dos. Se supone que somos ubicadas. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. 

En el único nivel tiempo espacio donde nos podemos juntar es en el mío. En el presente de quien envía esta misiva en el tiempo. 

¿Dónde estoy? Más o menos en el mismo lugar, unos cuantos de miles de millones de miles de millones de miles de millones de años después. 

Lo que dije aquella tarde no era lo que sentía. Mi amor por vos es eterno. O, al menos, es lo que dure esta Eternidad. Veo difícil virar de sentimiento. Son tantos miles de millones de miles de millones de miles de millones de miles de millones. 

No contamos con la certeza de que siempre vamos a dominar. Hasta ahora la venimos arrastrando como unas campeonas. Los ogritos de morondanga duraron una brisa. 

Quizá llegue el día donde la amiga Medusa del Pacífico entre en acción. ¡Y quién sabe lo que pueda llegar a ocurrir! 

Dónde andarás. 

Te ama, 

TU CUMPA

PD: Mientras escribía, hice un alto para sacar los 666 ogros 

que estaban en el horno. 

¡Con aceitito y batatas quedan cucú pipí!

 

 

 

 22

 

 

Buenos Aires, agosto 2020 

Tenés razón: soy un boludo. ¿Con qué necesidad regresar a vos? ¿Para qué volver a instalarme en tu habitación, revisitarla, revolverla, violentarla nuevamente, ahora con palabras? ¿Qué gano con esto? ¿De qué me sirve? ¿Con qué sentido? 

Cierto, viejo. Cuando pensás en el sentido, te das cuenta que no tiene ninguno. Como tampoco lo tiene la vida, la muerte, el amor. Yo también me doy cuenta. ¿Para qué discutirlo? Un escrito es un papel con palabras y ya. Con mayor o menor tino. Pero no más que eso. No sirve para nada. Para nada de nada. Dejémoslo claro desde el principio. Sin embargo, acá me tenés, más de veinte años después, otra vez insistiendo como el primer día. Como si efectivamente lograra algo. 

Solo para lastimarme, exacto. Herirme con recuerdos. Abrirle las puertas a mis demonios para que salten en mi cabeza, una vez más. ¿Y qué? Cada uno elige de que manera padecer y yo preferí esta. Al fin y al cabo: ¿Cuál vendría a ser el rol del hijo más que cuestionarlo todo? ¿Para qué sirve este sino te pregunta para qué esto, de dónde vengo, porqué hoy estoy aquí? Si no provoca, ¿para qué tenerlo entonces? ¿Acaso el hijo, prototipo para la humanidad, el Hijo con mayúscula que instalamos entre el Padre y el Espíritu Santo, no nos enseñó a desafiar la autoridad? ¿No fue él quien ante la inminencia de la muerte, malherido puso en tela de juicio la decisión de su padre de abandonarlo frente a la chusma? Ecce Homo. El lugar del hijo, siempre es el de la pregunta y el desafío. 

Tenés razón, soy un boludo. Por eso vuelvo después de tantos años. Retorno a tu habitación como aquella vez. La recorro en penumbras, revuelvo sigiloso en tus muebles, levanto tus sábanas, tu colchón. Preparo el cuarto por las dudas que alguien venga y vea el desorden que dejaste. Me detengo en cada detalle con prolijidad minuciosa, limpio los rastros, los vestigios de vos, que aún agonizas en el Santojanni. Vuelvo a encontrarme con la palpitación de tu muerte, con los olores impregnados en los objetos. Esta vez no abro las ventanas. Me siento en tu cama y respiro un rato la fragancia de tus últimos estertores en esas cuatro paredes llenas de humedad. 

Es cierto, viejo: los años traen experiencia. Esta vez sé que no voy a hacer nada con tu herencia, sin embargo la avaricia vuelve a motorizarme y sigo desplazándome levemente, como un fantasma de mí, profanando las entrañas de tu ser en retirada. Abro cada puerta de tu ropero, meto las manos en las cómodas, toqueteo cada cosa que irá a la basura. Palpo las ropas que no vas a usar, inspecciono cada bolsillo, hurgueteo en los agujeros del colchón. El tacto es malicioso. Un gesto incrédulo, cargado de ambición, movido por la avidez de quien sabe que no encontrará nada, pero espera un tesoro. Tanteo debajo de la cama, meto las manos en los recovecos situados detrás de los muebles, levanto un par de lámparas. Cualquier sitio propicio para esconder lo último que puedas tener. 

Entonces abro el cajón de la mesa de luz, seguro de hallar pañuelos, ropa interior y algún remedio. ¿Qué más se puede  dejar tan a mano? ¿Qué más puede tener tan poco valor como para que esté al alcance de cualquiera? Vuelvo a sentir la sorpresa de no encontrar ni siquiera calzones. Solo un papel viejo, doblado sobre sí mismo varias veces. La despliego mientras me siento en la cama. Las letras desparejas saltan a la vista, las frases hacen su aparición de modo fragmentario. Todo queda detenido como aquella vez. 

Buenos Aires, junio 1993. 

Viejo: supongo que te tengo que escribir, aunque las palabras fallen(…) Quisiera saber cómo sería yo si vos nunca hubieras estado(…) A veces no sé si matarte o tenerte compasión, porque en el fondo te quiero (…) Me enseñaste muchas cosas, y estoy orgulloso de ser tu hijo y no un hijo de puta como otros(…) Quizás te parezca tonto, pero yo te re quiero. A veces me caliento porque querés que sea como vos, que me deje usar por los ladrones que a vos te explotaron y me pongo loco. Ojalá que no caiga en la rueda que vos caíste. Ojalá pueda ser como vos o todavía mejor (…) Viejo no cambies nunca y ayudame porque te quiero a mi lado si alguna vez tengo éxito. 

Termino de leer. El hilo de luz que penetra en el habitáculo apenas ilumina. Su ser blanco se empantana con todas las partículas en suspenso en el aire. El tufo, la pesadez del encierro, vuelven más densos los puntitos que danzan en el halo iluminado. 

Vuelvo a respirar, con mayor detenimiento esta vez, para no perderme ni un centímetro cúbico de ese aire viciado. En vano ensayo una reflexión en semejante oscuridad, mientras doblo la carta en cuatro, temeroso de que alguien me vea. Vulgar, como un ladrón de poca monta, me llevo escondido ese último vestigio de nosotros entre mis prendas y salgo del cuarto, al que sin proponérmelo voy a volver más de una vez. 

Tenés razón, soy un boludo. Pensando que escribía para nada, terminé haciéndolo para nadie. Solo para vos. Para vos que ya te no estás y me dejás como herencia, la carta mía con todos mis errores, con todas mis manías, con todos mis demonios, leída por vos a pasitos del final. 

Quizás me equivoqué. El lugar del hijo, siempre es el de la pregunta y el desafío. Pero también el de la resignación. El saber que no va a obtener respuestas. El comprender que con suerte, solo recibirá amor.

 

 

 

23

 

 

Querido, tan querido… 

Fantaseo que llegas. Que abres la puerta con tu llave, que me besas -como al pasar- antes de entrar al baño. Que entras hablando del frío que hace en la calle, y que el calor de la casa te hace sonreír como una reacción de tu cuerpo, como una muestra fina de la felicidad. 

No te hablo, en mi fantasía no te hablo. Para no romper el hilo de esa sonrisa entibiecida que se queja del clima, que se lava las manos, que se acomoda cerca de mi espalda para seguir charlando cosas comunes e insignificantes, aburridas de ser repetidas pero cosas tuyas. Tus propios tedios no son los tedios de cualquiera. Te brillan los ojos cuando te emocionan tus tedios, los ves minúsculos, aburrido de todo y hasta te ríes, y los ojos se te ríen, como ahora que lees esto y los ojos, yo lo sé, se te están riendo. 

Cómo me gusta sentarme a mirarte cuando no estás, porque no me da vergüenza. Me parece que el silencio es el puente que busca tu fantasma. Puedo ver como se ajusta tu piel, cómo se desliza tu boca chiquita que cae casi abrupta, se derrama con brevedad, y se abre entera para que salga tu voz. 

Las manos te van y vienen en el aire contando cosas que, anda a saber, ya me las contaste y por eso están ahí, en mi cerebro que desordena la realidad hasta vos, y trae tu voz, te juro, y tus manos, y esa boca que se abre íntegra, y el ruido de la llave en la puerta que te anuncia, y ese beso al pasar, ese beso parte de tantos besos que no precisa presentarse hambriento, no, los besos están ahí, tirados en la mesa, a disposición sin discreciones, y se usan, y se nota. 

Pero no es tu voz. Tampoco tu boca. 

Te muerdo en el aire y sé que no llego a mentirme tanto. 

Mentirse, a esta altura, es un privilegio de otros. 

No estás, te extraño, como en una película de miedo donde te busco y no estás; donde te siento en toda la piel, y no estás. 

No te demores más, la vida parece cada día más breve. 

Con tanto amor, 

La Negra

 

 

24

 

 

 Hola: 

¿Cómo arrancar?, ¿por dónde arrancar?, para poder contarte que… -perdón, tuve que servirme algo fuerte porque no es tan fácil despojarme de todo este sabor intenso que me quema -como esos locotos que hacen sangrar los ojos de tanta pasión- y que ya no puedo guardarme-. Sí, así es… ¡quema! 

Fueron tantas copas que evitaron que pronuncie la palabra perfecta, que no sabía si tus oídos querían escuchar. Fueron tantas noches de ensoñamiento perpetuo, de estrangular mis sentidos para apagarme en las cunas de Morfeo, de dar miles de vueltas, y otra vuelta más, entre las sábanas empapadas de tanto sudor de amor. 

Te dejo escapar cada día un poco más porque al mirarte las palabras se endurecen, me seco, me aturdo, bajo la vista aunque me enternece mirarte; la bajo también porque tus ojos me queman. Ya sé que está bueno que alguien aún se sonroje, como me dijiste aquella noche de aguas saborizadas a orillas del riacho aquel. No supe qué hacer, mis manos fueron a la botella y la botella me besó, para que mis labios no volvieran a sentir mi lengua rozarlos al mirar los tuyos entrecerrarse para beber también, como escapándote de lo que ambos queríamos y no iba a suceder. 

Cuántas vueltas más tuve que dar (tengo que dar) y siempre vuelvo al mismo lugar. Punto cero. Estás en mí aunque no estés aquí. Estás aquí aunque no estés para mí.

Se me corta la respiración cuando te enfrento, cuando sé que sonreirás, cuando sé me asusta pensar que quizás pueda ser otro día igual entre tus cruces. Para mí no lo es. Nunca lo es. Sé que puedo fantasear y que aquellas utopías del "amor perfecto", del "para siempre", se diluyen con los años. Pero también sé que nuestros errores, de habernos marchitado en tóxicas vinculaciones, nos puede hacer crecer. En mí lo fue. Lo que brota de tus labios parece indicarlo también. No entiendo por qué no puedo despertarte para que te rindas a mis brazos, al cobijo de mi cuerpo, al latir de mis besos, al color de la aventura. 

Busco algún verso en algún poema que pueda reflejar lo que mis palabras no saben pronunciar. Recuerdo el libro de Dominique Salanz, el segundo, que me recomendaste aquella tarde de mates en el parque, como si tu boca solo hablara para mí, como si el resto de los chicos solo fueran como esas estatuas de aquel viaje que hiciste a Grecia, desde donde me mandaste la mejor de tus fotos, a pesar de la poca iluminación y del fuera de foco, porque pensaste de alguna manera en mí; como cuando me nombraste Miradas de luna en aquella noche griega, a orillas del Egeo, con tu cuerpo ávido de vino, y el mío, con destellos de tu luz, en esa otra foto que te tomaste "para mí", donde mar y luna se besaban al compás de la canción que sonaba en mi celular. 

Nos cruzamos una vez. 

Una sola vez. 

Tu mirada de luna quiso despertar mi corazón. 

Nunca supiste (no tenía por qué saberlo) 

que ya estaba destinada a las sombras 

donde no crece ya flor

Cuando comencé a leerlo, sentí que el "Poema XIII", esos breves versos, resumían nuestra historia que aún no había comenzado, que ¿iba a comenzar? 

En este instante, como para entonarlo todo, suena un violonchelo que detiene mis pensamientos porque la música hace sentir. ¿Te acordás de aquella noche en la terraza de Pincen?, quedamos casi enfrentados, porque era un único rincón donde el viento no cortaba la piel. Fumamos esa tuca sin dejar de reírnos por el fiasco show que había improvisado ese chico que creía -y te cito- "que ponerse un mantel como vestido y unas pinturas en la cara podía ser la Vittar". Sí, le faltaba un poco. "¡Bastante!", acentuaste y nos echamos a reír. Moría por besarte, solo la mirada de la luna nos abrazaba, ¿nos empujaba? a hacerlo. Pero nos quedamos congelados, robándonos miradas y dejando caer los ojos hacia el suelo. Y ese instante, tan perfecto, nos dejó eternizados en las sombras de aquella pared, que por el efecto de aquella intensa luna llena, se tocaban de verdad. 

Hoy te pensé todo el día. Te pensé demasiado porque tenía que elegir las mejores palabras para dejar de dar tantos giros sin sentido. Tu primavera está en el mejor jardín de flores: colibríes que endulzan las mañanas, abejas que danzan al compás de los besos del sol, algunos grillos que no callan, tu luz que lo enciende todo. Yo atravieso un otoño lento porque tiene sus días de verano a fuego y de primaveras sonrientes. Pero frente al espejo sé que no me escondo para llorar. Sé que es tiempo de atreverme a un poco más que perderme en tantas palabras donde las metáforas no pueden ocultar el pentimento del camino que va. 

Siento todo por vos. Siento que me ahogo si no puedo decírtelo con mi voz. Esta carta es un anuncio de encuentro con el riesgo de un "sin respuesta", aunque no lo creo de vos. Jamás tuve miedo de decir lo que sentía, mucho menos a alguien que deseo con tantas ganas, infinitas, de compartirlo todo. ¿Será que podré atreverme? ¿Por qué escribo estas líneas? ¿Para que estés debidamente informado? ¿Para que puedas decirme que "no" desde otro mensaje? ¡Qué difícil es desnudar nuestros deseos! Sé que sos de esas rocas que no las derrite ni el tiempo ni la erosión de los vientos. Desde tu sombra, te quedás resplandeciendo para no sangrar. Elegiste el silencio como mirada constante, pero quiero sentir tu voz en mí, quiero las caricias de tus susurros, quiero el aliento de tus dedos al rozarme, necesito abrazar tu lengua para que nos dejemos ir como el agua cae en cataratas para luego descansar en el remanso de un río. 

Estoy listo para dar ese paso. Entender que es real, que puede asustarnos por un rato nomás. Necesito decirte muchas noches y todas las mañanas ese mantra que he pronunciado pocas veces, pero que espera por vos: "Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo". 

No veo mariposas danzando en mi panza ni pajaritos en torno a mi cabeza. Esa sensación es un poco más abstracta, y es tan intensa, tan perfecta, que me da tanto miedo de que se haga real (qué contradicción, ¿no?), de que tenga que cambiar tantas cosas sin tener que cambiar nada, porque sé que amás la libertad tanto como es respiración constante para mí. Y la vida está hecha de aventuras, de esos mágicos caminos que nos da la libertad para ir en cualquier dirección, siempre hacia un horizonte que nos envuelva en aquello que llamamos "felicidad". Y ya sé que "la vida son dos días, y uno llueve", y ya sé que "la felicidad es como un relámpago en medio de una tormenta", y ya sé que sé tantas cosas que te escuché decir en tantas madrugadas de mates en la estación, apoyados sobre el vagón oxidado mientras tu dulce voz hablaba de Angkor Wat, de la serie Versace y de la Mona Lisa con la misma pasión con la que cebabas esos amargos del cielo me impulsabas a dejar el pueblo para "que encuentres la felicidad". 

Sé que esta carta es definitiva de muchas cosas. Si bien son muchas vueltas a lo mismo que luego tendré que pronunciarte en vivo, para mirar tus ojos y esperar que tus labios también repitan el mismo mantra, hasta que nos fusionemos en un extenso beso, sé que si nada de eso ocurre, la utopía dará paso a lo real que, en definitiva, como esta carta, es lo que existe, es lo que está. 

¿Por qué adelanto tantas cosas? Porque creo que es mi modo de alfombrar con rosas el camino hacia tu ser porque necesito enfrentarte, necesito decirte todo, necesito que quieras ir conmigo a buscar esa felicidad. Rosario está cerca, Buenos Aires nos guiña, Córdoba seduce con tanta alegría. Sabemos que no hay futuro aquí. Sabemos que el placard nos abriga en ensueños, pero no nos deja respirar. Sabemos que aquí seremos morlocks eternos o eloi del agrado constante. Y nada más. ¿Querés eso? ¿Quiero eso? ¡No! Sabemos que no. Por eso necesito abrir la puerta para empezar a caminar. Dejar de huir a la verdad. Dejar de huir al qué dirán. Dejar de huir a la pasión si es lo que nos ha enganchado tanto tiempo, la que nos hizo darnos cuenta que al bajar los ojos, estábamos diciendo todo. 

Recuerdo cuando vimos Rita y nos echamos a reír cuando Jeppe espera al vecino tanto tiempo para decirle solo "Hola". Nos reímos tanto. Y dijimos lo mismo: "¿Por qué tanta vergüenza de decir lo que siente?". Y nos quedamos estáticos mirándonos unos segundos, que parecieron horas, hasta que los dos bajamos la mirada. Sabíamos todo y seguimos como si nada. 

Amor, eso es lo que representás para mí. Ese jugo que nos da la vida para degustar, como esas naranjas tan perfectas que llevo a mi boca cada mañana. Por eso te digo "Amor", porque ya es tiempo de que digamos las palabras como suenan de verdad. 

Estas líneas te estarán esperando detrás de la puerta cuando llegues y… 

Acabo de recibir un mensaje tuyo para que nos veamos esta tarde, que necesitás decirme algo muy importante. ¡Ufffff! 

Bueno, creo que fui lo más sincero, y quizás estemos en sintonía. Y si no lo es, será como el poema de Dominique, "La sal del tiempo", ¿te acordás? 

Cuando sientas que atraviesas las miradas 

para llegar donde no es, 

no huyas del camino, 

no seas un mendigo del amor. 

Atraviesa puentes, campos, mares, ríos, 

deja que la sal del tiempo condimente tu pasión, 

y encuentra la mirada que se cruza con la tuya. 

                    Fer, te veo a la tarde en la plaza. 

                    Con inmenso Amor, 

Martín Vedia, 20/07/20




25

 

 

Entonces: 

Te podría decir que es la lluvia del mundo, la toda junta reunida en un tsunami engordado con las calmas chichas de siglos de velas aquietadas. Las tristes velas esas, que no saben de estar rajadas a tormentazos y te dejan más allá, más aquí o quién sabe dónde y en qué estado. Podría decir que los océanos vaciándose en el rabillo de tu ojo izquierdo como si no supiera, ¡justo él no supiera!, o que los cometas se empedan con ese refucilo que al mismo tiro indica hacia dónde ir como una invitación y una advertencia. Te podría decir algo sobre la ola que te lleva al placer que no promete regreso posible y menos sano. Porque digamos las cosas como son; volver siempre se vuelve, vueltas y vueltas, ¡y vueltas!,y vueltas,en esta vida la única o quién sabe. Digamos todo y todo, aquí y ahora, y en tres patas como un perro que ha olvidado donde queda la luna. 

Te escribo estas palabras profundido de vos. Destartalado contra las conchas de esta playa, tu orilla, el único lugar de este planeta de agua que germina con la sal de un cuerpo fuente primera y final para dar de beber a la sed de los planetas más o menos confirmados y los otros, y las otras, y las aves de paso. Te escribo con la inquietud de quién nunca mansito, descubrió el olor que mueve el eje al mundo y está dispuesto a que el planeta a partir de ahora sea otra cosa. Que en lugar de girar y rotar tenga un movimiento de a ratos pendulante, a ratos sincopado. Y que en todo caso, siempre baile para siempre ¡digo siempre!, una cumbia infinita y sorprendosa como el tren transiberiano cruzando del barrio a la placita llevando el piberío, obreras madereras, las doñas remontando novedades y tirando a la vías rutinosas las flacas ganas de otro día con poco y repetido. 

Te escribo con el corazón bombeando sangre para llenar un estadio donde se juega ese partido en el que todos los pases se hacen goles y todos los goles se festejan y todos los festejos tienen un nombre que es el tuyo sonando en las gargantas y entre todas las gargantas esta garganta mía. 

Te escribo y justo ahora. Porque presiento que querías, y tal vez porque miraste hacia atrás y viste incendiado el campo que pisamos, y nos dio de pensar al observar clavadas las estaciones. Ahí están los carteles, Zapala, Senillosa, Verano y veranO y Verano todo el día, y encima ahora es veRAno en este puro invierno; y entonces ando hecho brasa con tu nombre, ensartado en mi presente que da la hora justa todo el día. La hora de salir despegados hacia la orilla de ese sitio donde el agua no corre. Donde con una precisión a todotrapo, camina como mujer y camina como hombre y camina. 

Es cierto lo que decís y la parte que no es cierta, lejos anda de poder llegar a ser mentira. Porque tus ojos dan de mirar al estilo abundoso de una catarata criada en los charquitos de las tierras más altas, nada que ver con la cuestión paupérrima y posible que pilotea un cerebro intentando el camino yermo de las explicaciones. 

Lo todo nuestro, marea que se alimenta de islas japonicientas, sucede cuando se cierran esas ventanas verde estepa, florcitas inocentes nada, amigas del viento, del calor, del frío y amigas también del animal que desgarrado llega y la morfa placeroso. 

Así. 

Así y siempre así, te escribo latiendo como un ave en su primer vuelo. Pichón que se ha soltado del peñasco y tal vez remonte cielo o tal vez nunca, pero que ya está en el aire, ya es del aire y del deseo que tal vez pueda sujetarlo o quién sabe. Pero que puede, con eficacia despareja, batir alas y dejar de ser piedra y pasar a ser ave, recobrar lo liviano, gozar. Las nubes lo conocen por su nombre y a los gritos lo aplauden, le tiran emociones por el lomo que no hacen otra cosa que darle altura y ganas. 

Esas ventanas verde estepa, tus ojos, manivelas del mundo criando ilusión entre cascotes viejos que de repente recuerdan que no han olvidado suficiente. Que hay que olvidar más todavía para salir del fondo del lago con las otras piedras que revolearon los enamorados desde el tiempo en que el tiempo era un asunto desrelojeado y ni siquiera. 

Amor, volvamos a encontrarnos esta noche para no dormir juntos. Volvamos para juntos cuerpearnos el despierto hasta quedar agua bandeada sobre la cama, barco que se olvidó del puerto, de las velas, los tesoros, llaves de la bodega y así desbrujulado, todamente se deja.

Pero digamos las cosas como son; alejarse de un sitio es acercarse a otro. 

Estar perdido es encontrar una pregunta. 

Muchas preguntas. Muchas preguntas. Muchas preguntas; así, tres veces. Todo bueno debe traer esta abundancia. En esta isla te lo digo, en esta isla justo, en esta isla isla en el medio de todo; mandarinas y almendras, agua fresca, manzanas, tres botellas de vino que siempre se renuevan y la palabra "siempre" colgada en cada planta. Todas plantas de "siempre" con sus frutos jugosos alimentando el hambre de mojarras y ballenas, y unos bichos prehistóricos todavía desnombrados por la cultura de estos días que se cree el hoyo del quque por haberle rascado el pupo al cielo y tener ciertas fotos de alguna que otra estrella. 

Te pido en esta carta que en esta isla isla, soltemos nuestros cuerpos y soltemos los pájaros y soltemos las anclas y soltemos los nombres y soltemos los remos. Y que haga lo que quiera la cosa que nos quede, que se entiendan los besos, que críen un idioma que crezca como un río cuando vienen las lluvias, solo si es necesario y todo lo que haga falta. Y arriba en la corriente sean la consecuencia de su propio navego. Así como las nubes que miran para abajo y se preguntan qué cosa es una esquina. 

Espero que al recibo de esta, te encuentres. Encontrarse es cosa buena, tanto como perderse.

 Espero que al recibo de esta, te pierdas. 

Espero que al recibo de esta todo y toda, y así y muy así, etcéteramente. 

Espero que sí.

 


 

 

 26

 

 

La noche cae sobre nadie yo en estado de gracia te escribo hundida en el sillón verde que es mullido, digo mullido y pienso en muelle en puerto lugar de todos y ninguno que ampara naves a cualquier hora del día ¿alguna vez me aceptaste? así, hecha, creada, con todas las uñas y las manías, ya con nombre ¿alguna vez te recibí? así, hecho, creado, con todas las uñas y las manías, ya con nombre. 

No, en el sillón no, el almohadón me inmoviliza y los respaldos, mejor la mesa, con espacio para acostar el papel como en una habitación al atardecer, y hacerle el amor con la tinta.

Dame una señal -dijiste- sentí el filo de la amenaza: el mar te apoyó los labios y el olor de los peces y tu olor salitre me cruzaron la espina dorsal. Fue un presagio, me resistí a ser mortal como todos los mortales que sueñan y después despiertan enajenados babeando las almohadas -estoy transformándome no saques fotos no te guardes un gesto plano para el archivo de esta historia,un dibujo animado soy, estoy transformándome corro maratones no invadas no usurpes no habrá okupas en la casa, una veredita me protege de la intemperie el desconsuelo y los calores -atiné- algo así la barricadapuedo andar sola por el asfalto sin aseguradora puedo cantar sin cuerdas y sacar la basura y pagar la luz y trancar las ventanas -algo así la barricada- pero cómo quisiera no poder. 

Dame una señal -dijiste otra vez- y en verdad somos dos seres ávidos de los cinco océanos y las constelaciones y qué importa que las supernovas estallen y se disuelvan en mórbidas estrellas de energía en una noche y qué importa que un eclipse oscurezca el mar -dije. Plata o mierda -nosotros dijimos. 

Te sentaste cerca encendiste un fuego de ramas mínimas. Me achispé se quemaron algunas baldosas de la veredita quedó un pasillo y una hamaca paraguaya entraste en puntas de pie me saqué las medias servimos un vino en los vasos cóncavos del cuerpo, brillamos como galaxias hasta el amanecer. El tiempo sucedió. 

¿Yo no desaparecí de mi?, vos tenés los mismos ojos de niño fugitivo. En el medio un animal delicado y salvaje detiene la entropía de este mundo. 

La noche cae sobre nadie y yo en estado de gracia te escribo, hundida en el sillón verde que es mullido, digo mullido y pienso en muelle en puerto lugar de ninguno y de todos que acoge naves a cualquier hora del día.

 

 

 

 

 27

 

 

Siento que la siento momento a momento, todo el tiempo, que el ahora es usted, ahora más que nunca. Sí, cada vez, así de otro tiempo, siendo sin importar nada, hasta el desmayo de la brillante locura de la próxima vez, cuando usted quiera tan usted maravillosamente temblar. 

Amada muy amada, este amor por amor muere sin usted acá. Enamorado suyo, con amor de amor lleno de amor entre las horas y las cosas, con tanto fuego como la noche última que por usted llevo hasta mi muerte. 

Mi muy bella mujer, que adoro y que ojalá nunca jamás su corazón sea tan ridículo como el mío, dejándolo en una carta de amor tan dulce, bien amado, lleno de estrellas. 

Y así de tonto, su boca, y todo su cuerpo que tanto deseo, necesito al atardecer, donde más ruego acercarme a usted en silencio, sin palabras, completa absoluta y totalmente impuro, no mucho más que usted. 

Más anhelo abrir los brazos, mi alma, mi corazón. Al mismo tiempo estar sin nosotros, donde nuestro es otro mundo más abrupto, donde tampoco podremos plantar un árbol, abrir ventanas, despertar juntos al alba. 

Ciertamente, la extraño mucho, la quiero mucho pero aprendí a percibirla. 

Que no hay presente más presente que la última vez, un momento sin todos los momentos, de repente, tan de repente, pasado ese que usted enseñara como única verdad de aquel tiempo intenso: antes de estas cartas que quemarán hasta encontrarnos otra vez. 

zedlav

 

 

 

Fragmento de una carta de Rafael a Sara su mujer amada. 

Rosario, marzo 14 de 1932. 

Ñatunga: 

Es domingo. Ha trascurrido una hora desde que nos hemos levantado de la mesa después de la última comida del día. Mis padres han ido a algún cine cercano. Pedro no sé dónde dijo que iba. Estoy solo. Estoy sólo con tu recuerdo. Él y yo hemos mantenido una prolongada conversación. Durante ella, mi alma ha conseguido la dicha que las cosas amables nos aportan y los sinsabores que el engañarnos a nosotros mismos significan.“Antes de comenzar ésta he salido un momento a la puerta porque el calor de este encierro sofoca. Mientras estuve allí pasaron una...otra...y otra pareja, todas iban alegres y bulliciosas...Unos reían de las ocurrencias de los otros y éstos reían quizá porque la alegría que habían contagiado se les reflejaba...“Entonces mi corazón golpeó más fuerte el pecho. El cerebro dió un vuelco y me fue imposible seguir soportando aquella situación. Entré a mi cuarto; tomé un libro que poco antes había dejado, intenté continuar enlazando las ideas que seguían al lugar en que había suspendido la lectura: fue en vano. Apreté entonces el corazón con toda la fuerza que mi voluntad pudo hacerlo y comencé de nuevo el estudio una...dos...tres veces. Todo fué inútil.“Desesperado ya. tomé la pluma; puse una carilla de papel debajo y comencé a escribir como habría podido comenzar a llorar. “Pero no. No quiero estar triste. No quiero que sufras tú también este mal porque pienso enviarte esta carta...“Ñatunga, amor mío, ¿me recuerdas amor?¿guardas para mí todavía todo el cariño que me han prometido tus ojos? Al ver esa reja que escuchó nuestro acento a la vez risueño y amargo: ¿te acuerdas de mí? Al acariciar con la nieve de tu mano los verdes ligustros que forman el cerco de junto a la acera: ¿nunca has imaginado que pudiera estar yo detrás aguardándote? Y por fin, Ñatunga, cuando vas a misa, al bordado, a la plaza, a cualquier parte: ¿no has oído nunca mi voz de mendigo hablarte de amor...? Mi Nena, mi Sara, mi Dios... 




 Epílogo o posdata o algo antes de terminar 

por Marina Porcelli 

Se trata, entonces, de un libro coral. Veintisiete autorxs, de distintos lugares: Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba, ciudades de la Patagonia, Uruguay que relatan sin firma, o con algunas firmas de fantasía. También, claro, para distintos destinatarios: cartas a parejas amorosas y a ex parejas amorosas, cuando ya no queda casi nada para decir, o esto es lo último para decir. Una emergencia. Cartas a hermanas, a sus propios dobles en el tiempo, a las muchas-otras-personas que esa-persona-es. Porque este género, más que ningún otro género, pone en el centro al otrx. Tiene algo para decirle a ese otrx que no está presente, y así, dirigiéndose, lo reconoce. Imposible pensar al yo sin el otrx, y viceversa, imposible entender al otrx sin el yo. La dialéctica epistolar es, por definición, un diálogo. Y en este sentido, siempre es heterogénea, y siempre es plural. Anécdotas, versos, confesiones, despedidas, recomendaciones e invitaciones, ganas de tirarse por la ventana, historias para desconocidxs, festejos. Testimonial y como si fuera autobiográfica, que incluye tanto lo anecdótico como la ciencia ficción, este tipo de escritura, tan enclavada en la circunstancia, tiene una enorme flexibilidad. El recorrido que proponen las cartas tolera repeticiones, lagunas, zonas de vaivén. Es común encontrar relatos en cada carta. Puteadas. Y hasta aforismos. 

Es época de lo epistolar revisitado por los mails y por los chats, por la irrupción descomunal de las redes, y época de enamoramiento revisitado. Cartas que hablan de la pérdida y la separación, atravesadas a veces por lo cibernético, y el cuento fantástico y el futurismo. En muchos casos, el amor es lamentarse, es ausencia, es pérdida, pero en todos los casos siempre da cuenta del cuerpo, y de una voz que le da forma, y de su intensidad. "Siento que la siento", "Amada muy amada", "el ahora es usted", el deseo ocupa el primer plano. En sus diversas formas y y variaciones.Y a mitad del volumen, se llega a leer, ¿no es el amor (acaso) un sueño plural? 

Pienso, en suma, que este libro es un sueño plural y que muestra, quizá, que la mejor definición de lo amoroso se trata de aquello que construimos con el otrx.

 

 

 

 

 Biografías 

Puerko Spleen, alias Carlos Acevedo, alias Nabucodonosor, nació en el 506 y en el 2000 también. Natural de Montevideo, Uruguay, y antinatural de cualquier lado por dónde se lo mire. El humilde textículo que se presenta a continuación pretende ser narrativa, poesía, prosa poética o, al menos, pretende ser. 

Vanesa Alvarez nació a mediados de los 70 en Villa Adelina, barrio al que quiere con el alma pero vive desde hace años en Pacheco. Estudió medicina, ingeniería y artes de la escritura, además de corrección de literaria en el Mallea. Tiene como muy bien escondidos sus textos literarios, es de aquellas amantes de la literatura con pluma simple, sencilla, sensible y cuidada. Hizo talleres de escritura con Natalia Rozenblum y taller de poesía con Irene Gruss. Ha coordinado tallesres comunitarios de escritura para niños. Pese a épocas de sequía amorosa, saltó el charco y nos regala una bella misiva amorosa que forma parte de este proyecto. 

Carlos Aprea, La Plata, 1955. Escritor, actor y director teatral. Publicó los libros de poesía: “La intemperie”, 1999; “Abrigo”, 2006; “La camisa hawaiana”, 2010; “Pueblos fugaces”, 2012; “Villa Elvira”, 2014 y “Escaleno”, 2018 y las plaquetas: “Conociendo gente se viaja”, “El pájaro de las cinco y media”, “This is the end, week end”, “Política líquida” y “Teatros” (2006-2008). Desde 2014 forma parte de Pixel Editora, como editor de la Serie Poesía. Durante los últimos cinco años, coordinó el ciclo de lecturas públicas “Poesía en la terraza”, en el centro cultural Espacio Malisia

Aníbal Emilio Basso, nació en Jujuy. Organiza Tertulias. Hace todos los talleres de lectura que puede. Amigo de los perros y los niños. 

Maximiliano García (Salvador Biko) nació en Carmelo, Uruguay en 1976. Hace sus estudios secundarios conjunto con actividades deportivas que dejará para irse a vivir a Montevideo emprendiendo un camino por las artes. Es un artista de carácter autodidacta. Ha sido gestor espectáculos desde el año 1996 (rock and roll, murga, teatro, candombe, artes plásticas, cine y literarias) teniendo participación directa en ellos. En el año 2004 edita “Miseria”, en 2005 “Inquietos Momentos”. En 2014 edita “La poesía que tenía olvidada” ahora enramada en las prosas de algún cuento por la editorial Travesía y en 2018 su novela breve “Breves Historias” por la editorial Yaugurú. 

Lucía Josefina Bulgheroni, 1985, Córdoba. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Córdoba. Trabaja como abogada independiente. Forma parte del Taller de Poesía que coordina Elena Aníballi y Gabriel Pantoja. Publicó “Como si fuera el metal precioso” (Lago Editora) y participó en diversas antologías. 

Emilia Carabajal, Buenos Aires, 1989. Licenciada en Letras por la Universidad de Morón. Se desempeña como profesora en los niveles secundario y terciario. Junto a Luciano Rossi publicó el libro de cuentos y poemas “El artista de todas las causas y otras más”, 2019. Ha publicado cuentos, poemas y artículos en revistas y sitios web de literatura. 

Liliana Campazzo es docente, coordinadora de talleres de escritura, talleres de Educación por el Arte, talleres de promoción de la lectura. Participó de diversos proyectos de literatura en las provincias de Chubut, Río Negro, Santa Cruz y sur de Chile. Publicó “Firme como el acaso”, 1991; “De no poder”, 1992; Las Mujeres de mi casa -segundo premio del Concurso Binacional Patagonia Chile Argentina en el año 1997-; “Quieta para la foto”, 2003; “Las voces de escritoras de la Patagonia” -Ensayo- 2004; “Yuyo Seco”, 2006; “Escritos en el vidrio -los poemas del después-“; “A boca de pájaro”, 2011; “Los Poemas del Aire, un libro clase B”, 2017 y “Fuera de juego”, 2019. En 2010 su obra Yuyo Seco fue traducida y publicada en Italia. Presentó su ensayo “Como leer a las poetas Argentinas del siglo XX” en marzo 2015 en el Festival Federal de la Palabra, realizado en Tecnópolis. 

Gerardo Ciancio, Montevideo, 1962. Profesor de Literatura y Máster en Educación (Universidad Complutense). Ha publicado los libros de ensayo “La crítica literaria integral”, 1997, “La ciudad inventada”1997, “La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura. De Mario Benedetti a Maldoror”, 2007, “Soñar la palabra”, 2012 y los poemarios “Arquitrabe”, 2010 y “Cieno”, 2011 con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía. En 2017 publicó “Haikus de Kiushu”. 

Ana Danich, poeta y narradora nacida en Rosario. Colabora con la revista digital “Analecta Literaria”. Participó en: Poetas con Megáfono; en el marco del Festival Internacional de Poesía 2012, en CABA. “Cuerpo de piedra” es su primer libro de poemas, septiembre 2015. 

Graciela Sandra Estévez Rivero, Montevideo, 1965. Sus cuentos fueron publicados en las versiones 2011, 2013 y 2015 de “Cuentos del Taller”. En 2017 obtuvo el Segundo premio en el Concurso Nacional de Poesía «Ignacio Nacho Alvarez», editado en Poesía reunida. En 2020 participó en el libro de poesía Muro de voces.

 Horacio Fiebelkorn. La Plata, 1958. Fue coeditor del tabloide de poesía La Novia de Tyson. Su últimos libros publicados son “Cerrá cuando te vayas”, 2016, La patada del chancho”, 2016), “El pantano”, 2017 y “Poemas contra un ventilador”, 2019). Compiló el libro “Poesía-24 autores”, publicado en el 2019 por Ediciones La Comuna (La Plata). Actualmente dicta talleres de poesía en forma presencial y virtual. 

Gisela Galimi nació en Lobos, Provincia de Buenos Aires. Estudió Periodismo (USAL) y Maestría en Escritura Creativa (UNTREF). Autora de los poemarios “Claroscuro y Colorado”, 2005; “Para que nada cambie”,2012; “Memoria de la Piedra”, 2015 y “Flamenquitos y otros poemas”, 2017 y “Mi cuerpo ajeno”. 

Eva González es docente de escuelas secundarias públicas como profesora en Letras y Comunicadora Social. Conductora radial de Hortransita a Libre en FM Boedo, emisión que prepara junto a colegas del Programa REC, docentes y niños, niñas y adolescentes. Desde su creación hasta julio de 2020 integró el Colectivo de Poetas por la Memoria, la Verdad y la Justicia En la actualidad participa junto a sus estudiantes del Programa Educativo ;La Escuela va a los Juicios. Participó de diversas antologías. Publicó “Archivos rojos”, su ópera prima, en 2020. 

Vanesa González, nació en Tala, Uruguay. Ha leído sus poemas en distintos lugares en la ciudad de Montevideo, desde bibliotecas comunitarias hasta bares. Participó en "Escrito con el cuerpo; un taller de Danza Contact Improvisation que tenía una parte dedicada a la escritura, y en La palabra Conmovida, que también combinaba danza y escritura. Recientemente formó parte del libro “Muro de Voces”.

 Silvina Elena Guala vive en Rosario, trabaja en clínica fonoaudiológica, y coordina espacios literarios. Algunos de sus textos fueron editados en antologías en español y portugués. Publicó “palabras de terra e alma”, 2007) y “trazos”, 2012. 

Alexandra Jamieson escribe narrativa y publicó varios cuentos en antologías. Compiló, prologó y editó “Persistencia. Ficción breve escrita por mujeres”, 2017. Su primer libro compuesto sólo por microficciones se titula “Cómo iniciarse en micrología”, 2018. Su libro más reciente es “Secreto de familia y otros cuentos en voz baja”, 2020. 

Teresa Korondi, 1966, Montevideo. Escribe, ergo piensa. Piensa, ergo la escribe el lenguaje. Sobre su producción: varios libros de poemas y prosa, un par de discos de poesía canción, algunas publicaciones en revistas y afines, variadísimas presentaciones en festivales y ciclos literarios, ciertas charlas en universidades, contados premios. Las redes revelan casi todo. 

Andrea López Kosak, Bahía Blanca, 1976. Estudió Psicología en la UNLP. Participó de la clínica de poesía de la Biblioteca Nacional en 2009, y de la Escuela Argentina de Producción Poética en 2016. Publicó “Bailar sola”, 2005; “La Tarea”, 2011; “Le dan hueso”, 2012; “Leva”, 2015; “Indor”, 2015; y “Mula blanca”, 2018. Escribe en la plataforma literaria Liberoamérica. 

Gito Minore, 1976, CABA. Se graduó en la carrera de Filosofía en la UBA. Publicó varios libros de poesía y narrativa, entre ellos “Queriendo ser”, “Mínimamente”, “Flores cohibidas”, “Doble fila” y “El día que mi padre lloró”. Colaboró con poemas, artículos y prólogos en diferentes antologías. Desde el año 2013, junto a María Inés Martínez, organiza la Feria del libro heavy. Ha recibido la Beca de Letras del Fondo Nacional de las Artes, por su investigación “La literatura social infantil en Latinoamérica”, en 2015. Dirige la editorial Clara Beter y dicta talleres literarios. 

María Maratea es actriz, periodista y escritora. Colabora en distintos medios gráficos y radiales. Lleva dos libros publicados “Cardei” y “Mora, una confesión”. Actualmente se encuentra en la producción de su tercer libro. 

Pablo Mereb criado en la República Popular de Balvanera. Pertenece al selecto grupo de personas que carecen de segundo nombre. Es completamente inhábil con el sector derecho de su cuerpo. Desde peque fracasa en su intento por destacarse en algo. Le gusta la escritura, pero sospecha que la escritura no gusta de él. Con los años, le tomó cariño a la derrota y no dudó en publicar su primer libro, cuyo título habla por sí solo: “El mundo amaba a otras personas”. Cebado por la decadencia y el naufragio artístico, insistió con “La sexualidad de los playmobil”, 2017. Con licencia vencida condujo los programas de radio Suicidas Inmortales; De Burbujas y Membretes y Manual de Perdedores. 

María Negro, Buenos Aires, 1977. Publicó “Y sin embargo se mueve”, 2012 y “Manifiesto de las Conchudas”, 2013. Es colaboradora de la revista literaria Estrella del Oriente (Argentina) y Mal de Ojo (Chile). “El secreto de los insectos”, 2020, es su nuevo libro de poemas. Colabora en los programas de radio Cubo Mágico (Radio Universidad de La Plata) y Samovar Rasputín (VoxRock.com). 

Diego Tedeschi Loisa es escritor, corrector, poeta. Integra los equipos de Prensa y Comunicación del Instituto contra la Discriminación y de la Defensoría LGBT, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Publicó “Escribir poemas / Las palabras del fuego”, 2017; “Nueces y Refugios. 25 cuentos gays para un día de lluvia”, cuentos, 2017; “Azules en el deck”, 2018); “Yo quiero ver un tren”, 2019 y “Brasil (coração navegador)”, novela, 2019 . 

Rafael Urretabizkaya nació. Eso pasó en Dolores y justo el día de su cumpleaños, un 8 de octubre de 1963. Vive en San Martín de los Andes desde 1983, pero durante muchos años trabajó en diferentes comunidades rurales del sur neuquino llevado por sus dos oficios de escritor y de maestro. Ahí en el campo aprendió a andar a caballo en pelo y a hipnotizar gallinas; también olvidó varias cosas, pera ya no recuerda cuáles eran. Publicó “Te agarro a la salida”, 1997); “Aimé”, en coautoría con Willie Arrúe, novela, “Tita y Toto”, cuentos, 1997); “Carlito el carnicero”, poesía, 2004 y 2013); “Tierras de aventuras”, con Emilio Urruty y Silvia Iparraguirre, cuentos, 2004; “Informe sobre aves y otras cosas que vuelan”, poesía, 2011, “En la ruina”, novela, 2013; “Sarita y ese tipo”, novela, 2016); “Ñawpa Miní”, con grabados de Pedro Hasperué, poesía, 2016); “Ñawpa Guasú”, poesía, 2017; “Vendrá un centro”, poesía, 2018 y “Vairoleto Pechito libertario”, teatro de títeres, 2018). 

María Urrutia nació en diciembre en Eva Perón, el orgulloso nombre de La Plata en esos años. Se graduó en Filosofía y es Licenciada en Trabajo Social. Vivió en tierra misionera y volvió a sus pagos. Publicó “El mar suspendido”, “El Cordón sagrado”, el fanzine “Ningún suspensivo explica”, participó en el “Atlas de poesía argentina” y en diversos ensayos, compilaciones y textos de política social. 

Orlando Valdez, 1961, Ramallo, provincia de Buenos Aires, luego vivió en San Nicolás, y desde 1986 en Rosario. Publicó los  poemarios “Setenta veces siete más de tres veces”, 2019; “La insólita simetría”, 2019; “El mezquino trazo del acto”, 2012; “La cobardía feroz del silencio”, 2007 y “El hondo silencio de toda locura, 2001.

 


Indice 

Prólogo 

por Macarena Moraña

1.Carlos Acevedo

2.Vanesa Alvarez

3.Carlos Aprea

4.Emilio Basso

5.Salvador Biko 6.Lucía Bulgheroni

7.Emilia Carabajal

8.Liliana Campazzo

9.Gerardo Ciancio 

10.Ana Danich

11.Graciela Estévez

12.Horacio Fiebelkorn

13.Gisela Galimi

14.Eva González 

15.Vanesa González

16.Silvina Guala

17.Alexandra Jamieson

18.Teresa Korondi

19.Andrea López Kozak

20.María Maratea

21.Pablo Mereb

22.Gito Minore 

23.María Negro  

24.Diego Tedeschi 

25.Rafael Urretabizkaya 

26.María Urrutia 

27.Orlando Valdez 


Epílogo por Marina Porcelli